04 DéC. 2025 GUERRA EN UCRANIA Tras el fin de la guerra en Ucrania, ¿confrontación Europa-Rusia? Rusia está claramente ganando la guerra. ¿Puede Europa aceptar la derrota? La cuestión para Ucrania ya no es cómo ganar, sino cómo evitar el colapso mientras las condiciones se deterioran. EEUU pide negociar, Moscú negocia desde la fuerza y Kiev desde la necesidad, y Europa sabotea, sabedora de que le esperan una inestabilidad permanente y, desde una perspectiva geopolítica, un futuro muy sombrío. (CONTACTO | EUROPA PRESS) Mikel ZUBIMENDI {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Poca broma. Hace tres días el presidente del Comité Militar de la OTAN, Giuseppe Cavo Dragone, afirmaba que la OTAN estudia un «ataque preventivo» contra Rusia. Un día después, Vladimir Putin le respondía «no queremos guerra con Europa, pero si empiezan estamos listos y no quedará nadie con quién negociar la paz». Horas después recibía a la delegación negociadora de EEUU en el Kremlin para tratar sobre un hipotético Acuerdo de Paz de 28 puntos elaborado por EEUU y filtrado a la prensa internacional, que fue enmendado por europeos y ucranianos. ¿Dónde estamos? ¿A punto de terminar la guerra o a las puertas de una confrontación aún mayor? ¿Hay margen para un acuerdo o la solución se dilucidará en el campo de batalla? Y es un secreto a voces que en el campo de batalla Rusia está ganando y va a ganar. Porque una guerra de desgaste no termina con una declaración, sino cuando una de las partes no puede seguir librándola. Cuando la guerra estalló, la narrativa se expandió como la pólvora, con un argumento simple, emocionalmente satisfactorio, políticamente conveniente: Vladimir Putin era un imperialista expansionista que buscaba controlar Ucrania para reconstituir un nuevo imperio ruso, una especie de URSS 2.0. Pero, quizá, antes de juzgar qué hizo, cabe preguntarse por qué lo hizo. Y eso significa, quizá, hacer algo que muchos analistas se niegan a hacer: que lo que parece una agresión sea una reacción. A las potencias no les gusta que otras superpotencias traigan armas a su puerta. Y algo de eso pasó en Ucrania, sistema de misiles defensivos que podían usarse ofensivamente y permitirían un ataque de decapitación contra Moscú. De permitirlo, la profundidad estratégica rusa colapsaría, el tiempo de reacción disminuiría, su disuasión se debilitaría. Esa es la razón por la que, según John Mearsheimer, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Chicago y destacado referente de la escuela del neorrealismo en las relaciones internacionales, cuyos comentarios han inspirado en parte el presente análisis, Rusia lanzó lo que algunos llaman una «guerra preventiva». Una guerra no basada en la expansión, sino en la prevención de un futuro que los rusos creen fatal para sus intereses. Se puede estar en desacuerdo con la lógica de Moscú, se puede perfectamente condenarla a nivel ético, pero estratégicamente sigue el mismo patrón que las superpotencias han utilizado durante siglos. REALIDADES MATERIALES La guerras están determinadas por fuerzas que nadie puede revertir. La pregunta no es quién va a ganar, sino quién sigue teniendo la capacidad de elegir. Cuando la elección desaparece, la estrategia se convierte en aceptación. Los Estados raramente reconocen cuándo empiezan a perder, se agarran a las narrativas, reafirman sus valores, insisten en que nada a cambiado hasta que las condiciones materiales hacen imposible la negación. Todo esto es perfectamente aplicable a Ucrania. El discurso público aún habla de «democracia», de «un orden basado en reglas», conceptos que pueden sostener un apoyo político, pero no determinar el resultado en el campo de batalla. Ahí los factores son más simples: número de tropas, munición, base industrial, capacidad de transporte, disciplina logística, etc… No son categorías morales, sino realidades estructurales, y acumulativas. Hay tres elementos que dan forma a este declive: En primer lugar, la geografía. Rusia posee una retaguardia profunda, corredores logísticos más seguros; Ucrania lucha en terrono abierto, frente a un enemigo más numeroso. En guerras largas, eso importa. En segundo lugar, la demografía. Rusia, simplemente, tiene más gente. Parece reduccionista, pero es fundamental en todo conflicto prolongado. Las reservas de efectivos militares determinan la rotación, el entrenamiento y la resistencia. Y en tercer lugar, la industria. Las guerras requieren producción, y esta requiere capital, maquinaria, energía, previsibilidad. Rusia convirtió con éxito su economía en una economía de guerra. Esos procesos no suelen ser eficientes al principio, pero una vez que se estabilizan producen volumen y escala. Ucrania no tiene infraestructura comparable, es totalmente dependiente de una ayuda exterior que depende de ciclos políticos y electorales que no controla. Los líderes occidentales entienden esto en privado, claro que sí. Ya no se centran en una victoria sobre Rusia, sino en sostener a Ucrania a toda costa. Esto indica una reevaluación profunda. Los Estados no cambian su vocabulario sin razón. Y en política internacional el lenguaje es, a menudo, una reacción retardada ante la realidad material. LÓGICA DE LA NEGOCIACIÓN Las guerras no terminan cuando los presidentes dicen que deben terminar, sino cuando las realidades materiales eliminan todas las demás opciones. Ese momento está llegando a Ucrania, las evidencias son obvias, no son ideológicas, no responden a discursos. Y cuando las guerras fuerzan a los Estados a elegir entre los principios y la supervivencia, la historia muestra que la supervivencia sale victoriosa. El impulso en el campo de batalla ha cambiado, las fuerzas rusas avanzan lenta pero sistemáticamente, la presión estratégica aumenta a través del desgaste. Y las guerras de desgaste favorecen a quienes pueden sostener en el tiempo la producción, la rotación, el transporte… Ucrania no tiene esas ventajas. Por otra parte, la fatiga política está aumentando. Los líderes occidentales cada vez encuentran más resistencia, los costos dan forma a la opinión pública y el apoyo cae cuando los costos suben indefinidamente. Finalmente, ha emergido la lógica de las negociaciones, no por la confianza entre las partes, sino porque las opciones han decrecido. Los líderes dicen que es «un acto de responsabilidad para una paz digna», pero el lenguaje suele cambiar cuando lo hacen las condiciones materiales. Los Gobiernos nos dicen que la victoria solo depende de la determinación, pero sus propias acciones lo ponen en duda. Cuando la realidad material se impone, adaptan su narrativa. Los avances de Rusia no son decisivos, pero sí acumulativos. En la guerra de desgaste acumular es más importante que un avance dramático. La visión de Rusia es de largo recorrido: mantener la presión, absorber los costes y expandir los suministros. No busca espectaculares rupturas del frente, busca el agotamiento. Para ello se necesita profundidad, de la que sí dispone. CONSECUENCIAS Ucrania ha quedado prácticamente destruida. Ya ha perdido una parte sustancial de su territorio y es probable que pierda más antes de que cesen los combates. Su economía está hecha trizas, sin perspectivas de recuperación en un futuro próximo y, según varios cálculos, ha sufrido aproximadamente un millón de bajas. Parece probable que Europa siga aliada con lo que quede de Ucrania en el futuro próximo, dados los costes y la profunda rusofobia impregnada. ¿Qué pasará con las relaciones entre Europa y Rusia en el futuro? No solo serán tóxicas, sino también peligrosas. La posibilidad de una guerra seguirá presente. Además del riesgo de que la guerra entre Ucrania y Rusia se reanude, hay otros seis polvorines donde podría estallar una guerra entre Rusia y uno o más países europeos. En primer lugar, el Ártico, donde el deshielo ha abierto la puerta a la competencia por rutas y recursos. Siete de los ocho países ubicados en el Ártico son miembros de la OTAN. En segundo lugar, el mar Báltico, a veces denominado «lago de la OTAN» por estar rodeado en gran parte por países de dicha alianza. Sin embargo, es de vital interés estratégico para Rusia, al igual que Kaliningrado, el enclave ruso en Europa del Este que también está rodeado por países de la OTAN. El cuarto punto caliente es Bielorrusia, que por su tamaño y ubicación, es tan importante estratégicamente para Rusia como Ucrania. Occidente ya está profundamente involucrado en Moldavia, que no solo limita con Ucrania, sino que también contiene una región separada de facto, Transnistria, donde están desplegadas tropas rusas. Y por último, el mar Negro, de gran importancia estratégica para Rusia y Ucrania, así como para un puñado de países de la OTAN: Bulgaria, Grecia, Rumanía y Turquía, donde existe un gran potencial de conflicto. Todo esto significa que, incluso después de que termine la guerra en Ucrania y se convierta en un conflicto congelado, Europa y Rusia seguirán manteniendo relaciones hostiles en un entorno geopolítico plagado de focos de tensión. En otras palabras, la amenaza de una gran guerra europea no desaparecerá cuando cesen los combates en Ucrania. Una victoria rusa, aunque no sea triunfal, lograría el objetivo estratégico mínimo para Moscú -una Ucrania neutralizada que no pueda servir como trampolín para un ataque de la OTAN- y sería una derrota aplastante para Europa, y para la OTAN, que ha estado profundamente involucrada en el conflicto desde 2014. Por último, el cambio histórico de la unipolaridad a la multipolaridad crea poderosos incentivos para que EEUU se centre en China. Cuando pivotas hacia un sitio te desenganchas de otro, y EEUU pivota hacia Asia por la nueva redistribución global de poder. La guerra en Ucrania enfoca su fase terminal, no está claro cómo y cuándo terminará, pero sí quienes le darán forma. Y entre ellos no estará Europa. La historia no premia hipótesis, registra consecuencias y juzga resultados. Y demuestra que las guerras terminan cuando las realidades materiales eliminan todas las demás opciones. Tras la guerra, Bruselas y Moscú van a tener ganas e incentivos fácticos para seguir haciéndose daño; no faltarán polvorines como el Ártico, el mar Negro, el mar Báltico, Moldavia, Bielorrusia o Kaliningrado, que con una chispa pueden hacer estallar otra guerra en Europa.