06 DéC. 2025 KOLABORAZIOA La vuelta a la mediocridad Maider AMONDARAIN TORRES {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Me recuerdo a mí misma, no hace tanto, ansiosa y deseosa por encontrar en Bilbao un lugar «kuko» para tomar café. No un café carbonizado y amargo, sino uno espumoso y cremoso. No es que en aquel entonces supiese de la existencia de la palabra «barista» o «latte art»; solamente buscaba, sin ninguna pretensión de más, un lugar donde el café no me ocasionara una. Hoy no me retracto de mis deseos. Sigo defendiendo esos mínimos. Pero si en aquel entonces hubiera sabido el monstruo que se avecinaba, habría abrazado con gratitud al camarero chillón que, con todo su esmero, me había calcinado el cortado. «Lo poco agrada y lo mucho cansa». Parece inherente al ser humano, querer subirse al carro. Replicar lo que funciona. Explotar el éxito de otros hasta estrangularlo. Hemos creado un monstruo: lugares inertes, faltos de personalidad, llenos de clichés y fórmulas que se replican de un lugar a otro. Los ves de lejos, son indistinguibles. Lo resumiré con otro refrán: «Dime de qué presumes y te diré de qué careces». Si el local cuenta con manual de identidad propio, un logo a medida y un packaging instagrameable, lo estás pagando tú en tu café con leche, ahora llamado «Latte», servido en taza de cerámica artesanal sobre madera reclamada. Estamos sustituyendo lo importante por lo accesorio. Lo real por lo artificial. Lo genuino por la copia. No quiero ennoblecer los garitos rancios, ni recitar un discurso conservador que devuelva los valores tradicionales. Pero sí quiero reivindicar lo mediocre. Lo feo y lo humano. Aquello únicamente reconocible como «verdadero» es lo que no busca agradar, sino servir a un propósito. Como un buen café. Y una vez servido ese propósito, lo demás debería venir por añadidura. Pero hemos hecho justo lo contrario. Vivimos en la mentira más grande de todas. Buscamos lugares y experiencias perfectas, y nos sorprendemos a nosotros mismos al caer en el vacío más absoluto: lugares y experiencias vacías, faltos de personalidad, carentes de humanidad. El otro día leí que, para humanizar un texto generado con IA, la instrucción era que cometiera errores. La paradoja es tan obvia que duele: pulimos cada detalle hasta el agotamiento y luego lo ensuciamos con errores calculados. Buscamos cafeterías perfectas, pero algo chirría por dentro. Hemos llegado al absurdo de tener que falsificar lo humano -y lo mediocre- porque lo hemos erradicado en nombre de la excelencia. Y eso, en el fondo, nos rechina. Aquello únicamente reconocible como «verdadero» es lo que no busca agradar, sino servir a un propósito