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ROOFMAN

Entre lo absurdo y lo humano


La historia de “Roofman” es tan absurda y sorprendente que su adaptación cinematográfica parecía inevitable. Dirigida por Derek Cianfrance, la película recupera la extraordinaria vida real de Jeffrey Manchester (Channing Tatum), un hombre que se hizo famoso por robar restaurantes de comida rápida entrando por el tejado y que terminó escondiéndose durante meses en una juguetería.

Cianfrance toma esa vida improbable y transforma “Roofman” en una parábola sobre la soledad, la fe y el agotamiento moral de los Estados Unidos. Ya conocido por su habilidad para retratar personajes fracturados, y lejos de realizar una recreación sensacionalista de un caso así de llamativo, el cineasta convierte esta película en un retrato cercano y compasivo de un hombre atrapado entre su torpeza, su desesperación y su necesidad urgente de sentirse visto. Por su parte, Channing Tatum ofrece una interpretación sólida, y su química con Kirsten Dunst aporta un contrapeso esencial que sostiene la dimensión emocional de la película.

Sin embargo, narrativamente “Roofman” sufre de un vaivén constante. Entre comedia ligera, drama íntimo y thriller moral, la película nunca termina de profundizar ni en la psicología del protagonista ni en la crítica social; es una colección de situaciones extravagantes que funcionan mejor como anécdotas que como una narrativa cinematográfica bien escrita y cohesionada.

La película no se libra de clichés ni de ese tono demasiado ligero que la acompaña casi desde el inicio, pero, paradójicamente, es precisamente ese aire despreocupado lo que permite disfrutarla.

Es una película que se disfruta a ratos, que intriga por momentos, pero que deja la impresión de haber podido ser mucho más incisiva, más honesta y más audaz de lo que finalmente se atreve a ser.