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ETERNITY

Ideas brillantes que nunca despegan


Eternity” propone una premisa tan audaz como prometedora: un limbo donde las almas disponen de una semana para decidir su eternidad, y una protagonista, Joan (Elizabeth Olsen), atrapada entre el hombre con el que ha vivido toda su vida (Miles Teller) y su primer amor (Callum Turner), fallecido hace décadas y que ha esperado por ella. La idea, en teoría, abre la puerta a una reflexión sobre la memoria, el deseo y la naturaleza del amor mismo.

Sin embargo, la película se atasca en lo evidente. Los gags con las diferentes eternidades posibles, los anuncios televisivos y la burocracia del más allá son visualmente divertidos, pero apenas rozan la superficie del concepto.

Freyne parece más interesado en conducir a la audiencia por el previsible triángulo amoroso que en explorar la riqueza de su propio universo fantástico. Desde el primer acto, uno puede anticipar hacia dónde se dirige la historia que se nos presenta: los giros emocionales, las dudas y los reencuentros siguen un patrón que, aunque trabajado con cierta delicadeza, es bastante rutinario.

Lo que duele es que “Eternity” tiene momentos de brillantez que insinúan un potencial mucho mayor. La película sabe tocar la fibra con nostalgia, dilemas humanos y fantasía juguetona, pero nunca se atreve a romper de verdad el molde de la comedia romántica convencional.

El desenlace, en particular, evidencia esta falta de riesgo. La historia se queda a medio camino: lo tierno, lo absurdo y lo reflexivo conviven, pero no se amalgaman. La película sugiere más de lo que da y deja una sensación de frustración.

Es un experimento interesante con destellos de ingenio, pero las ideas más jugosas de Freyne quedan relegadas a un segundo plano en favor de un esquema romántico demasiado predecible y convencional.