26 DéC. 2025 Dos dudas más que razonables Carlos GIL ZAMORA Analista cultural {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} La verdad, no sé si son dudas o fobias. Pero cada vez que veo el crecimiento de empresas dedicadas a la venta de entradas para asuntos culturales, recuerdo de sus inicios en los teatros más avanzados antes del fin del siglo pasado y me sorprende que ahora la clientela pague un plus que se añade al precio de la localidad. Este servicio no es para facilitar la vida a las espectadoras, sino a los teatros, la mayoría de ellos de titularidad pública y, al vender por anticipado, lo que hacen es recibir dinero antes del evento y, de manera secundaria, saber qué obra o espectáculo va bien y el que va mal y así reforzar la publicidad. Por tanto, la comisión la debería pagar el vendedor y no el comprador. Como fue al principio, aunque se bancarizó casi nada más nacer los programas informáticos adecuados. En estas fechas acostumbran a verse muchas programaciones dedicadas a niños y niñas, hasta los llamados parque navideños. Pero mi duda es si todo lo que se programa es de verdad un teatro adecuado para esas edades o se trata de una manera de sobrevivir de colectivos, grupos, compañías o empresas, a base de espectáculos armados con tópicos y sinsorgadas varias. Es obvio que existe un teatro para niños riguroso y de calidad, pero, de repente, alrededor de ciertas festividades aparecen productos de consumo.