27 DéC. 2025 GAURKOA El año que se va Iñaki EGAÑA Historiador {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} No ha podido ser más sintomático. Naciones Unidas había señalado a 2025 como el de la Paz y la Confianza. Justo lo contrario. El hombre es un lobo para el hombre, señaló ya hace casi cuatrocientos años Thomas Hobbes en su “El Leviatán”, y la frase sigue en vigencia. Thomas More, siglo y medio antes de Hobbes, había ilustrado esa isla posible llamada Utopía. Lezo Urreztieta intentó comprar la isla Guadalupe, en el Pacífico mexicano, para establecer a toda la diáspora política vasca que había huido aterrada de Euskal Herria tras el bombardeo de Gernika, y establecer en ella una comunidad solidaria y en libertad. En esta globalidad planetaria, la modernidad nos acerca hoy a los rincones más insospechados del planeta y nos enseña las frivolidades dramáticas que nos deja el presente, cuando, dicen, nuestra generación es la más preparada académicamente de la historia, la más avanzada técnicamente de siempre. El de la estirpe Borbón se iba a abatir elefantes a Botsuana mientras que otras elites más refinadas se dedicaban a cazar civiles en Sarajevo por el módico precio de 100.000 euros. Este pasado verano, soldados sionistas hacían tiro al blanco con niños gazatíes por una cantidad más modesta, en esta ocasión haciendo valer una leyenda de hace nada menos que 3.000 años. El supremacismo, la hipermasculinización, el cuento de las razas, el fanatismo religioso, siguen tan en boga que parece mentira que la física cuántica, la teoría de cuerdas y la Inteligencia Artificial naveguen en las mismas aguas que la de algunos sátrapas que continúan dirigiendo el planeta con códigos milenarios. La reflexión anterior, sin embargo, no debería esconder esa pugna histórica entre feudales y siervos, burguesía y proletariado, amos y esclavos. Cambian las circunstancias, se renuevan las elites económicas, pero en el fondo continúa el eco primigénico. Los nuevos especuladores de la vida se rigen por los viejos axiomas emotivos, sustentados en fábulas, mitos religiosos, narrativas sin soporte objetivo y un supuesto derecho natural creado para avalar sus expolios económicos y territoriales. Hoy, las fake news, el control de los medios, las redes, alimentan la trayectoria supremacista. Han desaparecido todas las reglas del mundo unipolar y ante la constancia de uno nuevo, multinodal, surgen los monstruos, como adelantó Gramsci. La izquierda también tiene su parte de culpa. El caudillismo y el populismo han generado desiertos posteriores con la desaparición de los líderes, originando luchas fratricidas por la herencia y alentando la llegada de las corrientes ultraconservadoras. La fortaleza revolucionaria se debería exhibir desde los cimientos y no desde el tejado. Y así, han dejado de existir esas zonas templadas que algunos aún reivindican en casa, como si la marmota viviera en un sueño interminable. A pesar de nuestra masa crítica insignificante en el mapa global, cada vez sufrimos más las consecuencias de ese viejo mundo que se muere y ese nuevo que tarda en aparecer (de nuevo Gramsci). Ya lo adelantaba Telesforo Monzon: «La causa nacional vasca no es una causa solitaria y extraña. No se trata de un problema singular, de naturaleza desconocida. El caso es mucho menos original y mucho más universal que todo eso». Añadan los destrozos sociales de la modernidad −personalmente lo hago sin nostalgia por el pasado− y la frase adquirirá una dimensión presente. Con el añadido de que los monstruos que vaticinaba Gramsci se han multiplicado exponencialmente. En esa línea, nos han llegado las últimas apuestas de exterminio político, lanzadas sin recato, para avanzar que ese viejo mundo se aferra al clásico de «morir matando». La experiencia nos demuestra recientemente que, ante los cambios que se avecinan, ante el declive de los imperios, ante el surgimiento de nuevas alternativas, los que desaparecen han intentado en todas las ocasiones agitar su propio avispero y neutralizar el que llega: la llamada Transición española, los prolegómenos de la caída del imperio británico... La otra apuesta es la de bajar la testuz, por complicidad histórica (Ursula Von der Leyen), por inercia a la sumisión (los del Espíritu del Arriaga) o por simple desgana, como si el mundo planeara sin vientos que agiten su equilibrio. Otros han hecho lecturas, y en consecuencia respuestas en 2025, como si los tiempos en que vivimos fueran un calco del inicio de la revolución industrial o del franquismo tardío. La publicación del Informe de Seguridad Nacional por Washington ha sido una señal más de ese vuelco en las relaciones internacionales que identifica el fin del hegemón y notifica un nuevo puzle multinodal (en este caso tripolar). Europa, en cuyo flanco sur estamos ubicados, sale malparada, confirma su decadencia y anuncia su intrascendencia para un futuro cercano. Circunstancia que ya nos está afectando, a pesar de mantener un narrativa que no se ajusta a la realidad. Esa huida hacia adelante dejará daños colaterales de gran magnitud. ¿Qué hacer? «Libres son quienes crean, no quienes copian, y libres son quienes piensan, no quienes obedecen», escribía Eduardo Galeano. En nuestro caso, la exigencia pasa por efectividad y reforzamiento de la comunidad. El año que se va ha mostrado las contraseñas de los movimientos de unos y otros. Gaza, la prolongación inhumana del conflicto bélico Rusia-OTAN, el cierre de fronteras a la migración en Europa y EEUU, la recuperación de la doctrina Monroe (con los ataques en el Pacífico y Caribe para desestabilizar Colombia, Venezuela y por extensión Cuba, a la espera del gran plato, Brasil, cofundador de los Brics)... Mientras que en nuestro territorio la marmota, a pesar de los cambios nominales, se ha atascado en la autorreferencia, cuando hoy más que nunca, las alianzas son necesarias para enfrentar a lo que viene con una velocidad que inquieta. Con la percepción de que 2026 ya no será un año de transición, sino el de ese nuevo escenario que hará estallar el vigente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Escenario complicado, donde se abrirán nuevas oportunidades, pero también fracasos rotundos si no acertamos en el diagnóstico. Han dejado de existir esas zonas templadas que algunos aún reivindican en casa, como si la marmota viviera en un sueño interminable