GARA Euskal Herriko egunkaria
JOPUNTUA

Vaya fin de año


Hacerse públicas las felaciones de la becaria Lewinsky a Clinton («relación inapropiada» la llamó el marido de Hillary) y bombardear supuestas bases de al-Qaeda en Afganistán, Sudán e Irak fue todo uno. Una forma que tienen los presidentes estadounidenses como distracción para tapar las «relaciones inapropiadas» de sus penes. Relaciones peligrosas para el resto de la humanidad si habita lugares ricos en materias primas o geoestratégicos. Las eyaculaciones inapropiadas del César causan tantos muertos como espermatozoides desperdiciados. Algo que no gusta al cristianismo. Lo del desperdicio de espermatozoides me refiero, lo dice muy claro la Biblia; lo otro, lo de los muertos, ya es más discutible para las diferentes sectas seguidoras de Cristo.

Ahora es Donald Trump. La desclasificación de los papeles de su amigo y pederasta Jeffrey Epstein, oportunamente muerto en una prisión de seguridad, hablan de relaciones con menores, lo cual exige el sacrificio de nuevas vidas para restituir la honra del nuevo César. Esta vez le ha tocado a Nigeria. La razón esgrimida: el genocidio de cristianos nigerianos por parte del Estado Islámico. Aparte de que la mayor parte de las víctimas de los fanáticos del llamado Estado Islámico, por cierto, a menudo armados por la administración norteamericana, son musulmanes; no es mala excusa, distraigo la atención del personal trasladándola de mi enferma sexualidad al terrorismo yihadista, y contento a los cristianos fundamentalistas que con su apoyo me hicieron presidente y que andan un pelín escamados con las prácticas pecaminosas de pedofilia que la conspiranoica extrema derecha cristiana atribuía en exclusiva al Partido Demócrata (el «Pizzagate»). Trump matamoros, el nuevo Mesías defensor del Cristianismo.

Otro matamoros de bolsillo, aunque altote, es Albiol, alcalde de Badalona, que para celebrar la Navidad ha mandado desalojar a 400 negros infieles de un instituto abandonado para que con frío y lluvia duerman a la intemperie. Después, con sus oligofrénicos votantes, a misa de gallo.