05 DéC. 2013 «La gran belleza» es la eterna bacanal romana de los sentidos Cansado de oír que el cine italiano está muerto, que ya no queda ni sombra de sus grandes maestros, el napolitano Paolo Sorrentino ha hecho «La grande belleza», obra que le iguala al Fellini de «La dolce vita» y al Antonioni de «La notte». La decadencia romana es eterna, pero necesitaba ser puesta al día, porque lo sagrado y lo profano han ido tomando nuevas formas. Mikel INSAUSTI DONOSTIA Toni Servillo fue premiado en el Festival de Sevilla como el mejor actor por «La grande bellezza», y es que forma una parte inseparable del cine del genial Paolo Sorrentino. Sin su presencia esencial no se pueden explicar «Las consecuencias del amor» o «Il Divo». En esta nueva oportunidad reclama la herencia de actores de raza como Mastroianni o Gassman. Su creación de Jep Gambardella es demasiado grande para asumirla de inmediato, y será con el paso del tiempo cuando sea comprendida en su total dimensión. Por ahora nos quedamos con Jeppino, que es como le llama cariñosamente su redactora jefe, que es enana. La crónica social. Gambardella fue un laureado joven escritor, pero no pasó de su primera novela «El aparato humano». Luego se dedicó a la crónica social, yendo de fiesta en fiesta, hasta convertirse en un personaje más de la noche romana. Elegante, refinado, culto, pasa por ser el invitado perfecto. Pero bajo la capa superficial y frívola de la mundanidad late el corazón de un observador irónico y desencantado, que conoce el amargor resacoso de la dolce vita mejor que nadie. Este hombre, del que se celebra su fiesta de 65 cumpleaños, ha llegado a integrarse en el paisaje de la vieja Roma, involucrándose en su belleza mortecina. Sus paseos tranquilos por las orillas del Tiber, parándose en alguna que otra fontana a beber, se benefician de la luz tenue y sensual del amanecer o del anochecer. Y ya que Gambardella disfruta del momento, el ritmo de la película es pura cadencia, un dejarse llevar por la experiencia sensorial. Nunca la palabra y la imagen han sido tan contemplativas a la vez, y la misma musicalidad tienen las escenas con coreografías de baile que las tertulias en la terraza con vistas al Coliseo. La fusión entre lo profano y lo sagrado es perfecta, y así en los eventos se mezclan cardenales exorcistas con vedettes de la televisión como si tal cosa. El mismo Gambardella es capaz de bailar a los sones berlusconianos de Rafaella Carrà, para luego extasiarse con la música sacra de Arvo Part o Zbignew Preisner. En la banda sonora también están Górecki, Martinov y Ülejoa.