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«Genocidio»


En el mismo momento en el que el juez Javier Gómez Bermúdez solicitaba un informe a la Policía española, Guardia Civil y Ertzaintza sobre la posibilidad de abrir una causa por «genocidio» contra ETA, José Luis Martínez Ocio subía, acompañado por su hermano Antonio, las escaleras del consulado argentino en Madrid. Casi en secreto, sin dar voces. Bajo su brazo, una carpeta con el expediente de su hermano Pedro María, muerto a tiros por los uniformados el 3 de marzo de 1976 en Gasteiz. Al otro lado de la pantalla, la juez María Servini. La consigna era no hacer ruido, evitar la publicidad. Que la bestia, en este caso el Gobierno español, no despertase. No sería la primera ocasión en la que sus maniobras diplomáticas daban al traste con las declaraciones. Como proscritos, como la Justicia les ha tratado durante décadas, Martínez Ocio y otras víctimas de la represión franquista desfilaban ante la togada argentina. Que ambos hechos ocurriesen en la misma ciudad, de forma simultánea y a menos de un kilómetro solo es parte del doble rasero con el que se edifica la reciente historia española.

Que un juez de la Audiencia Nacional, heredero directo del Tribunal de Orden Público franquista, estudie abrir una causa por «genocidio» en relación con una parte de la violencia en Euskal Herria cuando los cuneteros de 1936 se pasean con ufana impunidad solo evidencia que el «suelo ético», como el averno de Dante, dispone de varias profundidades. Y que estas, como las definiciones de hechos tan horribles como los crímenes de lesa humanidad, son hipócritamente moldeables. Existen lobbys que pueden permitirse forzar una investigación como la abierta por Gómez Bermúdez mientras que víctimas de Franco declaran de tapadillo ante una jueza argentina, convertida en su única esperanza. Ni el entonces todopoderoso Baltasar Garzón se atrevió a incluir el concepto «genocidio» en su causa general contra Batasuna, pero sí quiso perseguir la represión, siempre y cuando esta se produjese antes de 1978. El togado, experto en el innoble arte de mirar para otro lado cuando los detenidos pasaban destrozados por su despacho, es uno de los garantes de que las torturas no existieron a partir de esa fecha, pese a que nadie se haya querellado contra Paco Etxeberria.

Desconozco qué hará Gómez Bermúdez. El sentido común dice que archivará la ocurrencia. Pero tampoco parece que Ram Manikkalingam pensase cerrar su semana declarando en la Audiencia Nacional y ahí estuvo.