El postmodernismo trajo consigo una cambio de actitud radical hacia las músicas del pasado, que pasaron a ocupar un lugar central en las inquietudes creativas de numerosos compositores. Aunque lo importante para ellos no eran esas músicas en sí mismas, sino cómo podían observarlas 200, 300 o 400 años después de su creación y en qué tipo de objetos las había transformado nuestra sociedad. Muchos autores se lanzaron así a arreglar obras paradigmáticas del pasado desde una perspectiva sumamente personal, en lo que Hans Zender, uno de los más activos investigadores en este campo, llamó «interpretaciones compuestas». Eso fue, exactamente, lo que nos ofreció el Garnati Ensemble en su concierto en Quincena Musical: una interpretación compuesta de ese fetiche de la música occidental que son las «Variaciones Goldberg» de Bach, una visión que no se limitó a la simple adaptación para trío de cuerda de la partitura original, ya que algunas variaciones fueron transportadas en el tiempo desde el Barroco a la Contemporaneidad. Se revistieron así de técnicas que Bach nunca habría usado, como los armónicos o tocar sobre el puente, alguna pieza se volvió a redactar en la forma en que lo habría escrito, por ejemplo, Zemlinsky, y otras hicieron un uso de la disonancia definitivamente moderno e incluso cercano a la atonalidad. Fue un espectáculo interesante y muy disfrutable, pues la belleza de las «Variaciones Goldberg» es inagotable y la interpretación del Garnati fue espléndida. Pero nos quedamos con la sensación de que podían haber llegado infinitamente más lejos en su investigación. Y es que algún lector recordará todavía las iconoclastas «Variaciones Goldberg»que hizo Uri Caine en el Jazzaldia del 2000.