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EDITORIALA

¿A qué espera Urkullu?


En diciembre se cumplirán dos años desde que Iñigo Urkullu fue proclamado lehendakari, así que está cerca ya de cruzar el ecuador de una legislatura para la que fijó tres retos principales: crisis, nuevo estatus y resolución del conflicto. Las tres prioridades suponían una lectura correcta. Y los casi dos años transcurridos permiten hacer un primer balance ponderado.

Comenzando por la crisis, la mejora de algunos indicadores últimamente ni permite cantar victoria ni marca una diferencia sustancial respecto al entorno. Es más, la evolución del empleo es ahora peor en Euskal Herria que en el conjunto del Estado, en parte también porque el tejido vasco aguantó mejor el primer impacto y la crisis le está afectando más en un segundo momento. Los propios casos recientes evocados ayer por Urkullu como esperanzadores (venta de Fagor y acuerdo para refinanciar la deuda de Eroski) son más indicadores de crisis que señales de recuperación.

El nuevo estatus sigue siendo una quimera incluso en su definición. Al contrario que sus homólogos escocés, Alex Salmond, y catalán, Artur Mas, Iñigo Urkullu ha eludido cualquier liderazgo, hasta el punto de que el Gobierno de Lakua ni siquiera tiene propuesta propia para la Ponencia parlamentaria de nuevo estatus en la que delega cualquier solución, planteando como posible un acuerdo general que obviamente es inviable.

La resolución de las consecuencias del conflicto sigue pendiente, sobre todo en lo que atañe a los presos y sus familiares. Urkullu no ha logrado nada en su relación, ni pública ni privada, con La Moncloa, y tampoco ha impulsado con convicción la hoja de ruta de Aiete, más allá de algún gesto puntual a la defensiva como el respaldo a los verificadores ante la Audiencia Nacional.

Es muy probable que en estos cuatro años Escocia, Catalunya, el propio Estado español, experimenten fuertes transformaciones. Euskal Herria también va cambiando, pero por pura inercia o por otros impulsos. Urkullu sigue esperando no se sabe qué, aparentemente sin más horizonte que los comicios de 2016.