01 DéC. 2014 CRíTICA: «Los juegos del hambre: Sinsajo-Parte 1» Capítulo de transición que sirve de preámbulo bélico Mikel INSAUSTI Zinema kritikaria No voy a ocultar la enorme decepción que me ha causado esta tercera entrega de «Los juegos del hambre», a pesar de que está dirigida por el mismo Francis Lawrence que tanto convenció con la anterior «En llamas». El problema de «Sinsajo-Parte 1», al igual que viene sucediendo con otras tantas franquicias, es que siempre hay algún capítulo de transición, o de relleno si se quiere decirlo de un modo más contundente. No reúne la suficiente entidad para ser una película que se pueda ver de forma aislada, sirviendo únicamente de preámbulo al capítulo final. En consecuencia el esperado estallido bélico no llega y se queda en una especie de avance de lo que vendrá. Como quiera que las dos partes de que se compone «Sinsajo» han sido rodadas de un tirón, habrá que intuir que los 250 millones invertidos resultarán más apreciables en la próxima y definitiva entrega, porque de momento no se atisban por ningún lado. Hay simples escarceos, incursiones en territorio enemigo, misiones de vigilancia aérea con algún bombardeo de castigo, pero no se da una batalla propiamente dicha. La lógica incertidumbre que había sobre la inacabada participación del actor recién fallecido Philip Seymour Hoffman queda despejada de una manera muy diferente a como cabía imaginar. Su intervención es obligadamente breve, pero no inferior a la del resto de sus compañeros de reparto secundarios. Se pierde la magnífica coralidad de los títulos previos a cambio del absoluto y omnipresente protagonismo de Jennifer Lawrence. Ella es, que duda cabe, la figura estelar. Aun así su apoderamiento de la pantalla de principio a fin llega a ser cargante, en la medida en que la película mitifica a la heroína Katniss de forma exagerada y sobredimensionada. Todo el discurso desarrollado en torno a ella es de corte mesiánico, erigida ya en la única salvadora de Panem. No se trata ahora de ganar unos juegos adolescentes, sino de liderar una revolución y acabar con la tiranía del presidente Snow, papel hecho a la medida del Donald Sutherland más siniestra y maquiavélicamente refinado.