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CRíTICA: «Las ovejas no pierden el tren»

La alegría cada vez está más en el campo


La vuelta de Álvaro Fernández Armero al cine arroja un balance muy positivo, en la medida en que traza una interesante evolución generacional con respecto a lo que se dio en llamar la comedia madrileña. En los últimos tiempos se había refugiado profesionalmente en la televisión, donde se ha especializado en series corales como «Con el culo al aire» o «Algo que celebrar», dejando atrás sus comienzos en los años 90 como continuador de Fernando Colomo y compañía. Ya alcanzada la mediana edad, le toca reflexionar sobre quiénes han llegado a los 40 sin acabar de encontrar su sitio en el mundo.

El cineasta ha cambiado y sus personajes con él, porque con «Las ovejas no pierden el tren» ha querido desprenderse de la carga del pasado, salvo en lo tocante al aporte nostálgico de las canciones de Los Ronaldos. Por lo demás, la situación es otra, y es Alberto San Juan quien se erige en portavoz de sus coetáneos expresando una queja muy sentida: a los de su quinta les ha tocado soportar una gran presión social para adaptarse al nuevo milenio en medio del estrés urbano y la falta de perspectivas. De ahí la tan bien traída metáfora del título, toda vez que la pareja que forman Inma Cuesta y Raúl Arévalo es la que se encarga de buscar en la huida al medio rural la alegría perdida, contagiando finalmente al resto.

«Las ovejas no pierden el tren» es fruto del dominio que Álvaro Fernández Armero posee de la coralidad, y en eso el entrenamiento televisivo le ha venido de fábula, porque al trasladar la técnica de las historias paralelas e interconectadas entre sí a la gran pantalla, todo fluye de forma natural y realista.

La película es un excelente ejemplo de la cotidianidad observada de cerca, y así se nota que la inspiración viene de anécdotas familiares o del círculo de amistades más próximo a Álvaro Fernández Armero. Para el espectador son figuras que resultan igual de reconocibles, ya que están viviendo experiencias comunes dentro de nuestra sociedad. Es imposible no entender o compartir lo que le pasa a esa Candela Peña desparejada a su pesar.