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Una hipótesis real para un caso mitificado

LA VAMPIRA DE BARCELONA
Catalunya. 2020. 103’. Dtor.: Lluís Danés. Guion: Lluís Arcarazo y María Jaén. Prod.: R. Masllorens. Int.: Roger Casamajor, Nora Navas, Núria Prims, Mario Gas, Sergi López, Francesc Orella, Bruna Cusí, Pablo Derqui, Alejandra Howard, Albert Pla. Fot.: J.M. Civit. 

Lluís Danés dirige a Mario Gas, Sergi López y Francesc Orella. (NAIZ)

En el Festival de Sitges, ‘La vampira de Barcelona’ (2020) se llevó el Premio del Público por el mérito que atesora una recreación de época que burla el handicap de la falta de medios presupuestarios con imaginación artística, para componer un thriller gótico de ambientación victoriana, al estilo de las oscuras fabulaciones sobre Jack El Destripador, si bien la denominación popular dada al personaje histórico de Enriqueta Marti la convierte en la versión femenina del asesino de niñas que interpretaba Peter Lorre en el clásico de Fritz Lang ‘M, el vampiro de Dusseldorf’ (1931).

Sin embargo, el caso de la conocida como la Vampira del Raval o la Vampira de la calle del Ponent ha vuelto a salir a la palestra a raíz de su aparición ficcional en el episodio número 18 de la serie televisiva ‘El ministerio del tiempo’, titulado ‘Separadas por el tiempo’ (2016).

El debutante Lluís Danés, autor del documental ‘Llach: La revolta permanent’ (2006) y de la adaptación para la pequeña pantalla de la novela de Salvador Espriu ‘Laia’ (2016), trata de escenificar una hipótesis racional de este caso de principios de siglo pasado convertido en leyenda urbana, que presentaba a Enriqueta Marti como principal y única sospechosa, o directamente como el monstruo criminal que seguramente no fue.

Sumándose a las investigaciones periodísticas e históricas que apuntan en la misma dirección, muestra a la protagonista como una mujer que sirvió de chivo expiatorio para tapar los vicios prohibidos de la élite barcelonesa, en aquel 1912 que dividía la ciudad en dos clases opuestas y enfrentadas por los conflictos laborales y sociales.

Danés utiliza la fotografía en blanco y negro para las escenas  callejeras más oscuras, y el color para las que transcurren en el interior del burdel. Además se sirve de máscaras para la figuración y la puesta en escena es deliberadamente teatral.