La nieve de la historia
La nueva novela de la escritora asiática Han Kang, destinataria del último Premio Nobel de Literatura, acoge bajo su prosa de raíz lírica un sobrecogedor relato que, difuminando las fronteras entre realidad y sueño, funciona como un sobresaliente ejercicio de memoria histórica.
Más allá de la lógica tarea de poner en valor los méritos artísticos, los galardones literarios de relevancia internacional significan para muchos de los laureados obtener un reconocimiento público hasta ese momento, en múltiples ocasiones, restringido a pequeños círculos. El Premio Nobel del 2024 conseguido por la surcoreana Han Kang ha traído aparejado precisamente facilitar el acercamiento a una obra agazapada entre un relativo anonimato, condición que de ningún modo debe ser traducida como una carencia de interés, más bien todo lo contrario. El mismo mercado que prescindió de su voz, en el presente, y avalada ahora por el entorchado logrado, reclama la atención para una escritura que tanto en forma como en fondo se presenta bajo una hondura digna de absoluta admiración.
Fechada originalmente en 2021, ‘Imposible decir adiós’ (Random House, 2024) encuentra ahora su traducción al castellano para convertirse en una desgarradora –pero emotiva– experiencia que, desarrollada tanto en un plano real como envuelta en un halo de agitada ensoñación que dificulta conscientemente diferenciar ambos estados, nos sitúa frente a dos protagonistas femeninas caracterizadas, pese a su aparente debilidad física, por un descomunal bagaje existencial.
Unidas frente al sufrimiento
Las constantes pesadillas y el desmoronamiento anímico de Gyeongha, más que probable alter ego de su creadora como revelan las compartidas fuertes jaquecas y su trabajo desvelando las masacres de Gwangju (localidad en la que nació, en 1970, y sobre la que versa ‘Actos humanos’), serán interrumpidas por la llamada de Inseon, una vieja amiga fotógrafa y documentalista, postrada en cama tras sufrir un grave accidente en su taller de carpintería, que reclama su ayuda. La misión encomendada nada tiene que ver con sus pretéritos viajes conjuntos emprendidos a lo largo del mundo con el fin de dar visibilidad a testimonios arrinconados; se trata de algo mucho más cotidiano pero no carente de trascendencia: intentar cuidar, mientras dure su internamiento hospitalario, de su pequeña cotorra, representada como el más fiel reflejo de esa fragilidad a la que todos los seres vivos, de una manera u otra, estamos sometidos.
«Elegante y sugestiva expresividad narrativa inmersa en un escenario donde las ráfagas de aire helador o las ventiscas imposibles de doblegar adquieren un rotundo poder simbólico»
Casi a modo de Odisea homérica, o incluso de periplo invernal como si de un Miguel Strogoff se tratase, el traslado hasta el lugar de residencia donde encontrar a esa delicada ave se transforma en un itinerario lleno de calamidades y sufrimientos, pero el encargo, envuelto en la nada descabellada intuición de que supone un más que posible último deseo, no puede ser abandonado. Un reto humanista convertido en un bello ‘Macguffin’, servido como demostración de que incluso entre paisajes teñidos de crueldad es capaz de brotar la solidaridad, que traerá consigo dolorosos pero reveladores hallazgos biográficos, tanto en el ámbito de la propia relación entre ambas protagonistas, mucho más afianzada e intima de lo predecible en un primer momento, como en el descubrimiento de un pasado familiar que es a la vez el descarnado grito de toda una generación asolada por la encarnizada represión política.
Descifrar la nieve
El sensitivo, y sensorial, trazo de la autora, donde el paisaje y sus fenómenos meteorológicos contienen la enjundia necesaria como para convertirse en personajes de pleno derecho de la novela, se abastece de un imponente carácter visual que, gracias a una prosa de naturaleza lírica, no solo queda alojado sobre las páginas, sino que llega a permear físicamente. Elegante y sugestiva expresividad narrativa inmersa en un escenario donde las ráfagas de aire helador o las ventiscas imposibles de doblegar adquieren, como prácticamente todos los elementos surgidos de su escritura, un rotundo poder simbólico.

Un acervo metafórico encomendado sobre todo al gran protagonista atmosférico de la novela, la nieve, ese efecto casi mágico expulsado desde el cielo y que, pese a su apariencia monótona y plúmbea, congrega en cada uno de esos copos, que reunidos configuran una inmensa alfombra blanca homogénea, una serie de características particulares e irrepetibles. Una naturaleza compartida por la propia historia de la humanidad, que tantas veces esconde bajo sus grandes titulares todo un ecosistema de pequeños relatos a los que en muchas ocasiones solo se puede acceder tras escarbar el terreno. La mirada individual como vehículo y transporte de una conciencia colectiva que nos impida olvidar que, esos vestigios entumecidos desenterrados, un día también aspiraron a ser semilla fértil.
Cuando solo el dolor sana
‘Imposible decir adiós’ no es una novela histórica, o no por lo menos de la forma que lo son aquellas puestas al servicio exclusivamente de rastrear hechos y datos, pero desde luego sí que se constituye como una herramienta con el fin de señalar, entre otros aspectos, la barbarie que escondió el capítulo llevado por la dictadura militar surcoreana, con la aquiescencia o directamente colaboración de estados occidentales, en 1948. Un capítulo represivo, por desgracia en absoluto una excepción en su atroz diseño por la condición humana, llamado a ser desempolvado a través de un homenaje literario que nada tiene de exhibicionismo estilístico ni mucho menos de autocomplacencia; muy al contrario, sus personajes, quienes han vivido, o han sentido su macabro legado, dichas historias o similares, han quedado marcados por las cicatrices eternamente.
‘Imposible decir adiós’ no es una novela histórica, pero se constituye como una herramienta que señala la barbarie de la dictadura militar surcoreana de 1948
Han Kang, que tiene la cualidad, como esa misma nieve que se precipita sin cesar sobre esta narración, de retar al lector para que derrita el caparazón de su escritura con el propósito de hallar todo lo que se encuentra soterrado en su interior, nos guía por un recorrido doloroso pero necesario, un trayecto fascinante en su carácter creativo pero angustioso por lo que tiene de certero retrato de una especie humana universalmente asociada a la barbarie bélica. Porque nada importa que escojamos observar el pasado –y todas las ramificaciones que ha ido generando– el presente o por desgracia el futuro, ya que como advirtiera Alain Resnais en su también estremecedor documental ‘Noche y niebla’: «La guerra se ha quedado dormida, con un ojo abierto...».
Conocer, y por extensión dar voz, a quienes están condenados a vagar por la historia de manera anónima, no es solo una prioritaria necesidad, sino que su descubrimiento no puede anidar en nosotros como una mera anécdota; debe herirnos, despertarnos de nuestra anestesiante placidez, solo desde ese estado de agitación podremos ser conscientes de que el silencio sigue siendo la tierra que todavía cubre demasiadas tumbas.