Antes un figura que genio

Es moderna, es francesa. Es la arrebatada literatura del yo, las memorias a vuelapluma sobre una noche de borrachera. Arnaud Desplechin sigue aspirando a la trascendencia entre el carrousel cerebral y la emoción arrebatada, iterando sobre el músculo de las conversaciones intensas en otro de tantos aucas cuestionables tras ‘Tres recuerdos de mi juventud’.

Tanto interés muestra por la médula dramática de su propio teatro que la virtuosa ‘Deux pianos’ resulta en una película personalísima; es decir, de él y de nadie más.

El film encuentra a un pianista desarraigado y alcohólico entre los bretes de una carrera malograda, un hijo al que reconoce tarde y un antiguo romance trágico. Una ópera caprichosamente recortada y vuelta a pegar, la vuelta a casa del solista Mathias va desplegando una red de fatalidades siempre relativa, que como toda buena fábula debería sostenerse únicamente sobre la gracia de su narrador pero que falla, ante el porte tibio de François Civil, un actor se acerca al carácter insulso de Billy Cudrup en ‘Big Fish’. Sólo la gravedad natural de Charlotte Rampling puede salvar al arquetípico artista torturado de resultar simple y simplonamente antipático.

Asumiendo la calle a la que el cine francés la ha desterrado (pintalabios excesivo y ocurrencias fuera de lugar) es Nadia Tereszkiewicz quien rompe el caparazón tortuoso de la palabrería desplechiniana, hasta que también ella acaba montada en el torrente fático.

Es el paso previo al descabezamiento absoluto de esta película-río o bola de espejos que cuelga de una sola máxima: que el artista goza del derecho a la imprevisibilidad, que hay que ser un figura para despertar al genio.