7K - zazpika astekaria
PSICOLOGÍA

Nada que hacer

(Getty)

A menudo nos encontramos con situaciones sobre las que no podemos hacer mucho. O, al menos, no para revertirlas, evitarlas o solucionarlas. El ejemplo más radical es la muerte de alguien cercano que pueda afectar a un amigo, a la pareja, a los hijos… Esos imponderables que lo cambian todo durante un tiempo -o definitivamente-, y que, desde nuestro pensamiento y buenas intenciones, querríamos poder dominar, compensar o evitar para esa otra persona.

Como en tantas otras situaciones, nuestro pensamiento parece capaz de todo por el hecho de imaginarlo, planificarlo o desearlo. Nos peleamos durante un tiempo con lo inevitable porque, en nuestra mente, hay algo que podría ser diferente. Sin embargo, los escenarios que recreamos son siempre limitados como lo somos nosotros, nosotras. Nuestra capacidad de visualizar hipótesis, posibles caminos, intervenciones, está siempre apegada a quienes somos, con nuestra propia perspectiva de ese momento.

Hablamos de esto o aquello con la sencillez que lo pensamos, como si nuestras palabras fueran mágicas y pudieran materializarse, independientemente de las circunstancias de lo otro de lo que estemos hablando. Cuando caemos en la cuenta de que todos nuestros intentos dan como resultado un cambio parcial insuficiente o ningún cambio en absoluto, entonces quizá, fruto del cansancio y, con suerte, un poco de relativización, podemos llegar a aceptar que «no hay nada que hacer»… O puede que esa expresión no sea precisa.

Lo que sí podemos hacer es preservar las alternativas, los lugares cercanos a lo que querríamos conseguir, involucrarnos en los aspectos de la vida que rodean a eso que no se puede cambiar y hacerlos valer, cuidarlos. Nadie puede evitar que alguien muera, pero el dolor que eso produce en la persona directamente implicada puede estar acogido por una situación circundante de bienestar, de ilusión, de lo que merece la pena vivir de la propia vida. Y quizá sí podemos ayudar a evitar la desesperanza aunque no el dolor, quizá podemos ocuparnos de no desesperarnos nosotros, de cultivar nuestra alegría, para que quien no pueda evitar una situación desafiante en su vida tenga donde guarecerse a descansar. Quizá, a través de tener una perspectiva diferente, de vivir las cosas desde fuera, de tener otros valores o prioridades, también estemos invitando a quien sufre a dar el paso necesario para dejar de hacerlo -aunque el dolor perdure-. Quizá confiando en que juntos encontraremos la manera, podamos preservar el lugar interno desde el que nace la creatividad necesaria para hacerlo de facto.

Podemos contener, validar, sostener, invitar, cuidar, poner límites, acompañar, desafiar, a quien está instalado o instalada en emociones o actitudes alienantes ante lo inevitable. Podemos esperarle fuera y recordarle que hay alternativas. Podemos recordarnos mutuamente que siempre hay algo que hacer, porque en algún momento también nos tocará a nosotros, a nosotras.