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PSICOLOGÍA

La red

(Getty)

Como todos los primates, los seres humanos somos seres sociales, no es discutible. Nacemos en relación, en una de dependencia en los primeros años, que nos permiten desarrollarnos cuando no tenemos más capacidad que llorar con intensidad y agitar nuestro cuerpecito con la esperanza de que alguien venga a atendernos. Si nadie viene, nos morimos, punto; hasta ahí llega la necesidad de tener a otra persona en esos años iniciales -y finales-.

A medida que el tiempo avanza y nuestro cerebro se va desarrollando, la noción propia aumenta y, con ello, el poder para actuar. Como niños o adolescentes tenemos más capacidades, pero dentro de un entorno de guía y protección que sigue gobernando nuestras vidas. Incluso si más adelante decidiéramos romper con él, iríamos en busca de otro entorno de relaciones que nos sirviera mejor, dadas nuestras características, nuestros deseos.

La sociedad económica en la que nos desarrollamos en esta parte del mundo tiene cosas fantásticas en cuanto a las relaciones. Quizá hemos sofisticado tanto los procesos que se nos olvida que hay alguien detrás de cada cosa -literalmente- que tenemos, empleando su tiempo de vida en proporcionárnoslo. Cada objeto a nuestro alrededor en este momento ha implicado la vida de muchas personas. Sin embargo, lejos de honrar y proteger este hecho idiosincrásico de nuestra condición, otro discurso parece abrirse paso cada vez más. El motor productivo de nuestro contexto general y específico hace mucho esfuerzo en transmitir la creencia de la usabilidad de las relaciones, es decir, de que en el fondo no las necesitamos tanto, que con solo disponer de ellas a nuestra discreción, cuando las necesitemos, o mejor dicho, cuando deseemos algo de ellas, las podemos utilizar un rato, pero sin que ese encuentro sea vinculante. La independencia parece ser el valor más preciado en nuestro tiempo, en términos de realización personal. Supuestamente de ahí los individuos podremos hacer por fin lo que queramos -de nuevo el deseo en el centro-, y no particularmente lo que necesitemos profundamente en nuestra naturaleza.

Desafortunadamente, de la independencia al aislamiento o a una falsa sensación de autosuficiencia hay un paso, uno que podemos dar sin conciencia de ello, y que nos deja solos, solas, a merced de la relación que sí que se empeñan en mantener las marcas comerciales, los partidos políticos o las grandes corporaciones que nos proveen de ‘todo lo que necesitemos’, capitalizando nuestras necesidades naturales y resumiéndolas en necesidades materiales.

Las personas dependemos tanto de las relaciones que, si no las desarrollamos en nuestra comunidad, nos vemos obligadas (y esa es la palabra) a desarrollarlas donde sea, incluida por ejemplo, la pantalla a un mundo artificial de objetos materiales o de discursos, pensándonos protegidos o tenidos en cuenta, pero quedándonos solos ante quienes no tienen ningún interés genuino en nosotros.