DEC. 15 2024 REPORTAJE FOTOGRÁFICO Atisbando la vida nómada Una mujer en una yurta mongola. (Asier Alkorta) Lua Avellaned - Asier Alkorta La vida en Mongolia es un recordatorio de la hospitalidad y la fraternidad, de que no hace falta hablar el mismo idioma para entenderse, de que el juego es universal, de que más no es sinónimo de abundancia y de que, con poco, se puede hacer mucho. En la mayor parte de Mongolia el reloj no marca el tiempo, y sí lo hacen el sol y las estaciones con su meteorología. Cuando uno viaja a Mongolia, lo hace por sus paisajes y naturaleza infinita, pero sobre todo por su gente y su cultura. Lejos de tratarte como un turista, eres recibido como un invitado. El nomadismo es vivir de cara a los ciclos naturales. Este estilo de vida y sus tradiciones hacen estragos en parte de la población debido a la dureza de sus condiciones de vida. Los bajos precios del ganado y el clima extremo, que en invierno alcanza los 40 grados bajo cero, hacen que cada vez más nómadas abandonen su vida rural. Varias yurtas en las montañas Altai. (Asier Alkorta) Gantulga tranquiliza a su águila cazadora; siempre son hembras, ya que son más grandes para poder cazar animales de mayor porte. (Asier Alkorta) (Asier Alkorta) Las mujeres kazajas se sientan en el lado izquierdo de la puerta de la yurta (siempre orientada al sur) y los hombres, en el derecho. La mayoría de los alimentos son derivados de la leche. Puede ser de yak, yegua, camella, oveja o cabra. La yurta o «gers» es su vivienda por excelencia, su círculo de vida, un espacio diáfano y polifacético siempre abierto al que venga y en donde sus gentes, autosuficientes y hospitalarias, comparten lo que tienen. La etnia kazaja en Mongolia es predominantemente musulmana, a diferencia del resto del país. Antes del banquete se reza y se levantan los brazos para bendecir los alimentos. Un rebaño de camellos bactrianos que tienen los nómadas. (Asier Alkorta) Una mujer muestra mantequilla de yak recién hecha. (Asier Alkorta) Renos, la mayoría son atados por la noche para protegerlos de los ataques de los lobos. (Asier Alkorta) Águila real entrenada en cetrería que espera que le quiten la caperuza para iniciar la caza. De fondo, el gran glaciar de Tavan Bogd. (Asier Alkorta) En la actualidad menos del 30% de la población son nómadas o seminómadas. Al norte del país, los Dukhas, también conocidos como Tsaatan o criadores de renos (en lengua mongola), se bastan de esos materiales para hacer la estructura de sus tipis u «ortzs». Una estufa de leña en el centro, una cama de madera, y maletas o grandes bolsas de tela para almacenar lo poco material que tienen. Su riqueza es su humanidad, su familia, su tribu, su cultura y lengua propias (lengua túrquica diferente a la mongola), el chamanismo es la religión que practican, sus caballos y, por supuesto, sus renos, sustento alimenticio y económico. Una mujer Dukha ordeña a una hembra de reno con las últimas luces del día. (Asier Alkorta) El jefe del poblado y su mujer descansan en el interior del tipi. (Asier Alkorta) Pastores kazajos limpian las vísceras y cortan la carne de la oveja. (Asier Alkorta) Muchos adolescentes van en invierno a estudiar al pueblo más cercano, donde reciben una educación que les hará optar a llevar una vida menos dura que la nómada. En verano vuelven a la yurta o al tipi para ayudar en lo que pueden a su familia, pero en lugar de poner la mirada en lo que les rodea, buscan un resquicio de señal móvil en lo alto de una colina para acceder a internet y usar sus redes sociales o ver las series surcoreanas del momento. (Asier Alkorta) Buka ayuda a su abuela a ordeñar sus cabras de raza cachemir, que proporcionan la lana más fina y suave del mundo. (Asier Alkorta)