7K - zazpika astekaria

¿Acaso nadie piensa en las ballenas?

Mary Elizabeth Mastrantonio, en una escena de la película «The Abyss».

Retomamos este díptico sobre la fiebre histórica por el terror bajo el agua a raíz del estreno el 29 de agosto de tres películas sobre los peligros del mar: “Sin oxígeno”, “Tiburón blanco: La bestia del mar” y “Tiburón”, que cumple cinco décadas. El mar estará lleno de peces, si se suman a los anteriores estrenos de Dangerous Animals y de Ponyo en el acantilado (¿cuenta, Ponyo, como terror submarino?). Casi tan lleno como las carteleras de escualos en los ochenta.

La ola posterior al éxito de “Tiburón” coincidía con una creciente atención mediática sobre el mundo submarino, nutrida por la divulgación televisiva y por el activismo de Greenpeace, quienes lograron prohibir la caza de ballenas en 1982 empleando por eslogan cantos grabados de ballenas reales. Qué monas, qué fascinantes. Mientras, los tiburones blancos (desde los setenta en peligro crítico de extinción) se veían más y más retratados como asesinos de ojitos pequeños y apetito grande.

De producción asequiblísima y dirigidas al nicho joven, una racha de películas italianas de tiburones inundó las aguas europeas con el desparpajo del spaghetti western. Citamos a Bava y a Castellari, quien por cierto patentó un “Tiburón 3” sin permiso alguno de la casa Spielberg y, con ello, arrebató el nombre al cierre estadounidense real de la trilogía, que tuvo que estrenarse como “Tiburón 3-D. El gran tiburón” (1983). Sí, suena a baratija de feria pero, además, es fea. “Tiburón 4” (1987), como mínimo, tiene a un entregadísimo Michael Caine.

En fin, en 1985 el oceanógrafo Robert Ballard lograba filmar los restos sumergidos del Titanic y el mundo asentía con renovada fascinación subacuática. Afamado por “Terminator” (1984) y “Aliens” (1986), James Cameron se propuso dirigir la épica definitiva bajo el mar, “El abismo” (“The Abyss”). Digamos que el rodaje fue tan caótico que el equipo la apodó “The Abuse”, “el abuso”. Todo empezaba con algas creciendo en los tanques de agua, siguió con el reparto perdiendo el color del pelo por culpa del cloro que debía exterminarlas, y terminó con Ed Harris y James Cameron a punto de morir ahogados. Un espectáculo de terror de verdad, rematado por un 3D muy primitivo y un final buenista que, explica el crítico Bilge Ebiri, despertó risotadas entre el público de 1989.

O el escaso público de 1989, diré, porque la película hizo poco más de 90 millones de dólares con inflación, y ha tenido que labrarse un nombre en el cajón del culto. Un fallo de mercadotecnia y un cuadro de sobrecarga. En pocos meses coincidieron hasta seis películas de terror bajo el mar, a cada cual más digna de maratón-Z: “Profundidad seis”, “Leviathan: El demonio del abismo”, “Los señores del abismo”, “La fosa del Diablo” y “La grieta”. Por lo menos ninguna de las otras cinco trató de escapar de lo más hondo (y genuino) de las fosas cinéfilas.