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PANORAMIKA

Homenaje

«Laberinto», del artista donostiarra Juan Carlos Eguillor, recoge en la Sala Rekalde algunas de las principales piezas de este ilustrador cuyas viñetas se publicaron en varios periódicos entre los que estaba «Egin». (Marisol Ramirez | FOKU)

Una exposición es un formato. Una manera de brindar un contenido, bajo unos códigos concretos. Es por eso que, más allá del arte, son muchas las disciplinas que las utilizan para la divulgación de información y conocimiento. Museos de cualquier campo de estudio se sirven de la museografía como un lenguaje válido para presentar, ante un público concreto, los resultados de una investigación o un proceso. Pero la cosa se pone interesante cuando todo se entremezcla. En ocasiones, una exposición es también un lugar de experimentación. Un espacio donde suceden cosas que dejan de ser tal y como las imaginábamos. A veces la puesta en escena provoca juegos perceptivos, nuevas relaciones con aquello que se expone y funciona como un lugar de encuentros que desafía lo establecido.

De vez en cuando, además, una exposición puede ser una mirada al pasado. Una reflexión sobre un trabajo, una trayectoria o un legado y una manera de entender la cronología de su desarrollo creando conexiones entre diferentes puntos. En definitiva, una muestra es una experiencia. Una vivencia que nos invita a recorrerla y nos propone dejarnos ser recorridas por ella. Entrar en una es aceptar un pacto en el que nuestra atención se pone al servicio de algo que de una forma u otra, pretende interpelarnos. Quizás desde lo emocional, puede que desde el impacto, incluso desde lo bello o lo extraño, pero nunca desde lo indiferente. Por último, una exposición puede ser además de todo esto, un homenaje. Una manera de traer al presente la dedicación de alguien que ya no está. Sobre esto, precisamente, hablamos en la reseña de hoy.

A principios de marzo pasado, la Sala Rekalde de Bilbo inauguró “Laberinto”. Un recorrido por los trabajos más destacados del artista Juan Carlos Eguillor (Donostia 1947-Madrid 2011). Eguillor fue sin duda un perfil inquieto y tremendamente talentoso. Dibujante, ilustrador, historietista, pintor e incluso videoartista, fue conocido por el gran público con sus publicaciones en “Egin”, “El País” o “El Diario Vasco”.

Hasta finales de septiembre la sala bilbaina, bajo el comisariado de Garikoitz Fraga, alberga una compilación de las principales piezas del creador donostiarra. La exposición nos ayuda a entender el universo propio del dibujante. Las paredes se inundan de sus personajes más conocidos que incluso se vuelven esculturas a tamaño casi real. Varias vitrinas presentan publicaciones, encontramos una muestra de cartelería e incluso ilustraciones originales. No falta una referencia a “Bilbao, la muerte” una de sus obras más relevantes. Su prematura muerte, a los sesenta y cuatro años, dejó huérfana a una gran parte de la cultura gráfica de nuestro territorio y su figura trasciende como uno de los perfiles más destacados de su época. Es por eso que siempre es buen momento para perderse en este, su laberinto.