NOV. 16 2025 PSICOLOGÍA La mejor decisión (Getty Images) Igor Fernández {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Cualquier decisión implica una proyección hacia el futuro, bien sea para acertar en la cantidad de abrigo que llevar para el día que hará hoy, como para dar con la tecla que hará que esa persona que nos gusta nos haga el caso que queremos. Y dicha proyección no puede más que servirse de nuestra imaginación y, por tanto, de nuestra historia. Proyectamos hacia adelante lo que ya ha pasado, esperando que esta vez “también” vuelva a pasar lo mismo. Ante algunas decisiones importantes de la vida, cuando somos conscientes de ellas, cuando sabemos que estamos a punto de tomarlas, nos colocamos en un “voladizo” interno sobre el que “divisamos” en nuestra mente la vida futura tras dicha decisión, allá en el horizonte; un “voladizo” desde el que sentimos vértigo y desde el que en algún momento tendremos que saltar. Antes de hacerlo analizamos, anticipamos, conversamos, vamos de una opción a otra en nuestra cabeza, pero en un momento damos el paso, quizá sin vuelta a atrás. Las decisiones importantes inician caminos, y entendemos que cierran otros. Quizá en ocasiones tengamos razón en que haya un escenario que solo vamos a conocer en nuestra imaginación, que nunca recorreremos; pero será por una buena razón, porque lo habremos descartado a favor de una opción mejor, y es que nadie elige la peor opción a conciencia, eso no sucede. Una vez que hemos optado, por supuesto que habrá cosas que serán distintas a las que imaginamos en aquel “voladizo” desde donde divisábamos lo no vivido; algunas de ellas peores, o mucho peores, otras no. Y habrá sorpresas. Cuando eso pasa, es muy humano intentar volver atrás y, con peor suerte, torturarnos pensando en que “debíamos haber tomado la otra opción”. Este pensamiento puede volverse una obsesión en esa búsqueda de culpables, por lo que no nos está saliendo según lo previsto. Sabemos que solo tenemos un tanto por ciento limitado en el control de los resultados de la vida, pero esto nos resulta difícil de asumir, en particular si hemos puesto mucho de nosotros en esa toma de decisión, y entonces buscamos artificialmente a alguien a quien culpar por el mal resultado y, claro está, el más cercano, la más cercana, soy yo. Sin embargo, cabe recordar en esos momentos que allá en el “voladizo”, hicimos lo que pudimos con lo que teníamos -incluida la incógnita sobre lo que pasaría finalmente-, y tratamos de saltar acertando en el punto de la caída. Pusimos todo lo que estaba en nuestra mano para ello. Quizá no sabíamos calcular las alturas, quizá no medimos el viento, quizá subestimamos la dureza del suelo o sobreestimamos nuestra fuerza de salto. Sea como fuere, los momentos de salto son nuestros, con sus imperfecciones; el acto en sí es siempre un intento de hacernos bien, expresando al mundo quiénes somos, y eso merece nuestro respeto y compasión también cuando nos equivocamos… Quizá más aún en esos momentos.