NOV. 23 2025 PSICOLOGÍA Decepcionar (Getty Images) Igor Fernández {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} La cohesión social está basada en la confianza, en la predicción de que quien está a mi lado va a ser un soporte, no un enemigo. Entonces, no tendremos necesariamente que estar alerta. Esto está basado en el archivo de experiencias con tal o cual persona, y, como decíamos, en la predictibilidad de que ese archivo servirá para saber cómo relacionarnos en las situaciones que aún no han sucedido. Sí, estamos hablando de expectativas, como parte de lo que crea la confianza, aunque no solo. En todo grupo, en todo sistema, cuando algún elemento se mueve de su sitio y el resto tiene que recolocarse. Y, a veces, dicho sistema puede volverse punitivo, puede, en otras palabras, ejercer su fuerza coercitiva para que el elemento móvil regrese a su lugar. Un lugar en el que otros esperan que cumpla con una función. Cuando tenemos miedo a tomar decisiones de cambio o contradicción, es al grupo, más que al futuro, al que tememos. Entonces, no es extraño en algún momento de ese proceso que, para prepararnos, nos apliquemos, en la fantasía y de forma anticipada, esas sanciones que esperemos -y que quizá nosotros también podríamos aplicar a otros en otras ocasiones-, generando “miedo a decepcionar”. Entonces nos detenemos y lo pensamos dos veces, pero en el fondo tememos perder la confianza, la presencia o incluso la relación con quienes no acepten o entiendan el movimiento. Es como si temiéramos que solo pudiéramos pertenecer en tanto en cuanto cumpliéramos con esa imagen previamente establecida de quiénes somos, como si no tuviéramos el derecho de cambiar y mantener la relación al mismo tiempo. Y claro que no se trata de un temor infundado, ni mucho menos. Hay personas críticas, existen, y hay otras con las que tenemos una relación basada solo en un rol, sin mayor intimidad, o en la que no nos conocen realmente, que ha sido parcial y, por tanto, nos generan inseguridad. Sin embargo, si tenemos la paciencia suficiente, si ponemos el temor a un lado y tratamos de compartir nuestra multidimensionalidad más allá de la función que cumplíamos para los otros, es precisamente en esas en las que hay también una oportunidad de ampliar la relación, de profundizarla, en lugar de perderla. Y es que, quizá, tras la decepción (que es una manera infértil del otro de ‘evitar’ una nueva realidad que no controla y no le queda más remedio que asumir), se abra el descubrimiento de otras funciones importantes que nuestras nuevas facetas también tendrán para los otros, y el reconocimiento de algo nuevo que los otros puedan disfrutar de nosotros, de nosotras, y el valor intrínseco de todas las partes de nuestra persona. Si les damos la oportunidad de flexibilizar sus expectativas, de cambiar, quizá sea entonces cuando el sistema también se beneficie del arrojo y sí, también de las renuncias y limitaciones de sus miembros. Quizá sea así cómo los sistemas evolucionan.