DEC. 21 2025 El problema de los dos tiempos Michael Barker, John Sloss, Ethan Hawke, Margaret Qualley, Andrew Scott, Richard Linklater, Mike Blizzard y la directora de la Berlinale, Tricia Tuttle, posan en la sesión de fotos de «Blue Moon» durante la 75ª edición del festival alemán. (Stéphane Cardinale Corbis | Getty Images) Mariona Borrull {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Richard Brody apunta a la relevancia del tiempo como clave en las dos películas de Richard Linklater, que con algo de suerte también coincidirán en las carteleras de este Año Nuevo. La primera, “Blue Moon”, acompaña al letrista Lorenz Hart (Ethan Hawke, detrás de unas lentillas negras que lo vuelven extraño y reconocible a la vez) en un doble juego de espera: por un lado, matando el rato hasta la llegada triunfal de la compañía responsable de Oklahoma!, el musical ñoño por el que (siente) su colaborador lo dejó abandonado. A él, que se tiene por genio, aunque ya no sea nadie desde su separación. En realidad, Richard Rodgers (Andrew Scott, encantador en el punto justo) solo se guardó de las tendencias autodestructivas de un colaborador alcohólico. Por otra parte, Hart espera a una mujer bella y joven, que (sabe) lo utiliza de escalera social. Como deja entre-escrito el crítico de “The New Yorker”, “Blue Moon” constituye el retrato de un hombre que pierde el tiempo, que vive con la calma de los condenados a la horca. No en vano la película arranca siete meses después, la noche en que este perro viejo estiró la pata, etílico y deshecho, en un callejón. Los noventa minutos de metraje que la continúan, aún sincopados entre chistes y un decorado de época vibrante, se soportan, pues, como un lento e inexorable patíbulo. Todo lo contrario del film en blanco y negro que Richard Linklater estrena apenas unas semanas después, como define Brody, «la historia de un hombre joven con prisas». Él es Jean-Luc Godard y la película se llama “Nouvelle Vague”, en festejo en clave de ficción no solo del crítico francés (él mismo una caricatura, más que un personaje realista), sino también de la energía que enarboló el grupo de revolucionarios agrupados por el sello de “Cahiers du Cinéma”. Godard, Guillaume Marbeck agazapado tras una sonrisa pilla y aquellas oscuras gafas de sol, se reprocha más o menos en serio ser el único de la revista en no haber debutado como cineasta todavía, a sus 25 años, la edad en que Orson Welles ya había dirigido “Ciudadano Kane”. Así que el diablo roba algo de dinero de la revista, convence al productor Georges Beauregard de que financie un rodaje diminuto hecho por los jóvenes técnicos del momento aun con una estrella de Hollywood -logra imponer el productor, porque ese film no hay quien lo venda-, Jean Seberg. No nos engañemos: “Al final de la escapada” tampoco hay quien la ruede, porque Godard somete todas las jornadas de trabajo a los momentos en que está inspirado, lo cual pueden ser un par de horas o apenas unos minutos. El equipo avanza rápido, pero sin seguir en absoluto los ritmos que llevan por receta a una película completada. Y de ahí que, como canta “Nouvelle Vague”, su energía soberana acabara superando todas las fronteras del tiempo.