MAY. 17 2015 MIRADA AL MUNDO Como en el siglo XIX Taylor Kate Brown {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Desde sus casas encaramadas en las faldas de un volcán, sus pobladores miran fijamente las aguas del océano Pacífico. Se dispara un chorro de agua y los gritos de «Baleo» comienzan a hacer eco por la montaña: acaba de aparecer una ballena. Esto es Lamalera, un pueblo indonesio de 2.000 habitantes y una de las últimas comunidades que cazan ballenas a la manera tradicional, con arpones y cuerdas. Usan métodos similares a los occidentales del siglo XIX, cuando los barcos viajaban enormes distancias en busca de ballenas, mucho antes de que algunas de sus especies se acercaran al borde de la extinción. El peligro para los lamaleranos que cazan no es la pelea a muerte que describe Herman Melville en su famosa novela “Moby Dick”. «Pese a que tienen mucha experiencia (…), siempre permanece esa sensación de que están en serio peligro», dice el escritor y explorador Will Millard, que pasó un mes en Lamalera. Como occidental con ideas conservacionistas, Millard califica la visión de la caza de ballenas de «horrible». Pero a diferencia de la realizada a escala industrial, siente que al menos esta se trata de una «pelea justa». «En Lamalera sientes que el equilibrio de poder está del lado de la ballena hasta muy cerca del final», afirma. Después de que la primera ballena es avistada, comienza una carrera loca hacia el agua. El primer barco en arponear el animal se lleva la mejor porción. En la proa de cada embarcación está el lama fa, el líder arponero. Un lama fa experimentado goza de enorme respeto, porque la precisión de su puntería determina el éxito de la caza. Algunas familias son conocidas por producir buenos lama fa y otros tienen que abrirse camino hasta conseguir ese puesto como achicador de agua o vigía. «Verás jovencitos, de seis, siete u ocho años, tirando pequeños aros al mar», explica Millar. Están practicando para convertirse en líderes arponeros. El lama fa debe estar concentrado y sin distracciones, agrega el escritor, quien cuenta que un habitante del lugar decidió una vez no salir a cazar porque había discutido con su mujer la noche anterior. «Si tienes algún tipo de problema en casa, cualquier negatividad o pensamientos negativos, no se te permite salir a la mar. Es superstición», señala. Mientras los métodos de caza son similares a los de los occidentales en el siglo XIX, la relación de los lamaleranos con el mar es muy diferente. Aunque usan el motor para zarpar y navegar, la tradición manda que cuando llegan hasta la ballena, deben impulsarse por sus propios medios. Cuando llega el momento, apagan el motor y la tripulación rema con furia para acercarse lo suficiente para lanzar su ataque. En el momento exacto, el lama fa salta al agua usando la fuerza y el peso de su propio cuerpo y la punta de hierro del arpón de bambú para atravesar la dura piel de la ballena. Si lo consigue, el bote queda conectado a la ballena por la cuerda que sale del arpón. La ballena puede buscar sumergirse para tratar de escapar, lo que pondría al bote y su tripulación en peligro. Y el lama fa tiene que arreglárselas para volver al barco. «Te remolca a una cierta velocidad, estás fuera de control», apunta Millar. Los balleneros occidentales lo llamaban el «arrastre de Nantucket». Las ballenas pueden tardar horas en cansarse, incluso después de haber sido alcanzadas por varios arpones. «La triste realidad es que se trata básicamente de un juego de paciencia muy peligroso», dice Millard. «La gente ha sido arrastrada mar adentro durante noches enteras. Hay ejemplos de algunos que casi llegaron a Timor (a 120 km) y se comieron sus propias ropas para sobrevivir». Otras veces, las ballenas han destruido los barcos: un grupo de Lamalera tuvo que nadar durante 12 horas para llegar a tierra. Una ballena puede producir alimento suficiente para toda la comunidad. Durante la temporada de caza, que dura varios meses, pueden pasar semanas entre la captura de una y otra, o, como vio Millard, en una salida se pueden capturar varias. Considerados por la Comisión Ballenera Internacional como cazadores de subsistencia aborígenes, los lamaleranos están autorizados a cazar ballenas. Lo hacen para llenar sus despensas o comerciar con otros pueblos, y el cachalote –su principal presa– no está tan en peligro como otras ballenas. Pero en el pueblo también capturan mantarrayas y otros grandes peces más allá de los niveles de subsistencia y los venden a cambio de dinero. El futuro de la caza no está claro. Muchos de los más talentosos lama fa se están haciendo mayores y el exceso de pesca en el área puede limitar la fuente de alimentos que lleva a las ballenas a pasar por esa zona con tanta regularidad. Además, el mundo exterior está llamando. El pueblo fue conectado por carretera hace una década. «La gente se ha dado cuenta de que hay una vida más fácil en la economía de mercado, con bienes, servicios y educación mejor de los que pueden adquirir en Lamalera y eso es un incentivo mayor. Y, obviamente, es una forma mucho más segura de ganarse la vida», concluye Millard.