MAR. 20 2016 MIRADA AL MUNDO Sarah kane tortura al público Marian Azkarate {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Cómo es posible que, aunque hayan pasado casi dos décadas, alguien siga siendo tan vanguardista, moderna, rompedora, profunda y desasosegante? Esa es la pregunta que se plantea cada vez que se representa alguno de los textos de la dramaturga y actriz británica Sarah Kane (1971-1999). En vida, recibió los varapalos de la crítica británica, aunque la apoyasen pesos pesados como el Nobel de Literatura Harold Pinter. Tras su muerte –se suicidó a los 28 años, harta ya de su pelea con sus problemas mentales– llegó el reconocimiento. Pero Sarah Kane no es fácil, ni lo pretendía, y prueba de ello es lo que está provocando la puesta en escena de “Cleansed” (Purificado) en la sala Dorman del National Theatre de Londes: en la primera semana tras su estreno se registraron cinco desmayos, tuvieron que encender las luces ante un ataque de nervios y cuarenta espectadores se salieron de la sala, ante la dureza de las escenas de tortura recreadas sobre el escenario. ¿Y eso les ha supuesto algún problema? Al contrario, porque es imposible encontrar una entrada. Lo tienen todo vendido al menos hasta abril y se prevé que esto seguirá hasta mayo, cuando terminan. Bien es cierto que, tanto en su página web como junto a la taquilla se avisa: «Advertencia: esta obra contiene escenas de violencia y sexo explícitas», pero las crónicas algo tremendistas publicadas por la prensa y el boca a boca –ya se sabe que el morbo atrae– han ayudado a darle un tono de malditismo muy atrayente a este montaje dirigido por la controvertida Katie Mitchell, un directora teatral que tampoco deja indiferente a nadie: unos la consideran la directora viva más importante de Gran Bretaña; otros, una «destructora» de los clásicos. La guerra, a poco metros. Pongámos en situación. La obra transcurre en un espacio que es, a la vez, una universidad devastada por la guerra y un campo de concentración. Allí desarrolla sus experimentos el doctor Tinker, quien, con sus tratamientos/tortura, estudia los límites del dolor humano. Y el teatro se convierte entonces en un centro de tortura, donde se le mete –es teatro, tranquilos– un hierro por el ano a uno de los personajes en una larga escena, y a otros se les mutila, viola y aplican electrodos. Todo ello entre sangre, excrementos y un horror que se desarrolla a pocos metros, con el que Kane lo que buscaba era que el público reaccionase ante la brutalidad de la tortura y el dolor... torturando al público. «Odio la idea del teatro como pasatiempo de las tardes. Debería exigir emoción y esfuerzo intelectual», escribía. «‘Cleansed’ está inspirada en una frase del filósofo Roland Barthes, quien dijo que ‘cuando uno está enamorado también está en Dachau’. En términos de lo que se ve, la acción es principalmente sobre el amor, aunque el entorno donde se desarrolla se parezca a veces un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial o a la Guerra de Bosnia, que es en la que se inspiró», en palabras de Katie Mitchell. «Kane es uno de los escritores más importantes del siglo XX –agrega–: una gran pensadora y creadora de teatro radical. Se habla mucho de su depresión, de su temprano suicidio y de cómo su vida está relacionada con su obra. Esto es interesante, pero lo más importante es que es una gran escritora e innovadora que entronca con autoras feministas como Virginia Woolf y Sylvia Plath», agrega la directora británica. Un ángel «No future». Nacida en Essex e hija de evangelistas, Sarah Kane era una hija airada del thatcherismo, miembro de aquella generación del “No future”. Se salió de la norma familiar al estudiar teatro y al amar a las mujeres –sus padres le rechazaron por ser lesbiana– y, aunque exteriormente parecía segura de sí misma, arrastraba un fuerte dolor emocional. Paralelamente a sus estrenos –la crítica británica le atacó con su primera obra “Steeck” (1994), pero tuvo que recular ante el reconocimiento internacional que recibió “Blasted” (1995), su obra más conocida–, entraba y salía de sanatorios mentales debido a una psicosis. Tras varios intentos de suicidio, se ahorcó a los 28 años en un baño del hospital con los cordones de sus zapatillas. Harold Pinter decía que «no tenía corazas protectoras, no había diferencia entre su vida y su obra. Me aterrorizaban la hondura de su horror y su angustia, pero también recuerdo su risa. Y su fuerza».