SEP. 04 2016 artesanía y estilo Una buena txapela nunca pasa de moda La boina vasca o txapela ha recorrido un largo camino desde sus humildes comienzos. Pocas veces una prenda ha marcado tanto la fisonomía de un pueblo y, aunque ha decaído su uso a diario, sigue siendo la que corona a los pelotaris y aquí a la mayoría de los ganadores deportivos. Además, se ha convertido en objeto de deseo y de moda en lugares tan lejanos como China. Colette Larraburu {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Fue la prenda preferida de un revolucionario tan icónico como el Che Guevara y de uno de los artistas más grandes de todos los tiempos, léase Pablo Picasso. Dio también un toque picante a la mirada de una jovencísima Monica Lewinsky en la famosa foto en la que le pedía un abrazo al entonces presidente Bill Clinton en la Casa Blanca en 1996. La txapela, esa boina convertida en uno de los signos de identidad de los vascos durante siglos, con el tiempo ha terminado indefectiblemente unida a una imagen de un cierto chic muy francés... y nunca pasa de moda, dice Mark Saunders, director comercial de Laulhere. Esta empresa bearnesa radicada en Oloron-Sainte-Marie, a unos escasos 33 kilómetros de Maule, reivindica para sí el título de la fábrica más antigua de boinas, no en vano casi lleva doscientos años de actividad continuada. Situado en el corazón de Bearne, Oloron-Sainte-Marie vive rodeado de un hermoso paisaje verde, bosques frondosos y pueblos pintorescos. Se trata de una localidad de 10.000 habitantes que destaca por su patrimonio histórico. En sus inmediaciones se encuentra también el campo de concentración de Gurs, un lugar que merece una visita, porque durante la Segunda Guerra Mundial fue primero un campo de refugiados, al que se enviaron a muchos de los vascos y republicanos que habían traspasado la frontera al principio de la contienda, y después un campo de concentración para judíos de distintas nacionalidades. El fieltro y el río. En esta zona del Bearne se come bien, se vive bien... y aquí también está Laulhere. «La imagen del francés con una baguette bajo el brazo y una boina en la cabeza está obsoleta solo en la mente de los franceses», dice Mark Saunders, este irlandés de 47 años. «En el extranjero, la boina es el emblema de Francia, sinónimo de lujo y de moda», añade y recuerda que la princesa Charlène de Mónaco eligió salir tocada con una boina Laulhere en su primera aparición pública tras el nacimiento de sus hijos gemelos hace dos años. Laulhere es ahora una de las últimas empresas que siguen produciendo boinas en el Estado francés. «Hace solo treinta años en esta región había 22 fábricas de boinas», recuerda Saunders en un francés fluido teñido con un ligero acento irlandés. Por contra, recientemente han surgido nuevos fabricantes en las cercanías de Bearne, incluso algunos que simplemente dan los toques finales a las boinas que compran al por mayor. «No somos el último fabricante francés, pero sí el último fabricante histórico de boina francesa», puntualiza. De Oloron-Sainte-Marie a Tolosa. Se podría decir que Laulhere es el contrapunto o, mejor, la «gemela» de una famosa fabricante guipuzcoana de txapelas. Boinas Elosegui, la veterana fábrica ubicada en la localidad de Tolosa fundada en 1858, es la única empresa de Euskal Herria y también del mercado estatal que factura en la actualidad boinas vascas de alta calidad. Tanto en Lauhere como en Boinas Elosegui casi todo el proceso se lleva a cabo a mano con lana merina pura virgen. De hecho, Laulhere cuenta con el label Entreprisse du Patrimoine Vivant (empresa de patrimonio vivo), una marca con la que el Estado reconoce a las empresas francesas artesanales. «Uno de los secretos de nuestras boinas es el fieltro. El de nuestras boinas se lava durante cinco o siete horas con agua del río Gave», dice Saunders. «Los minerales que contiene el agua dan su ser a las boinas Laulhere, un tacto y prestancia que no se pueden lograr con agua del grifo». El proceso para su confección consiste básicamente en diez etapas, para las que se utilizan equipos especialmente diseñados y, nos dicen, son «alto secreto». En lo que respecta a la confección del tejido, el proceso está mecanizado, pero todas las demás etapas, como el moldeo, el corte o el acabado, se llevan a cabo estrictamente de forma manual. La empresa se encontraba al borde de la quiebra en 2012 cuando fue adquirida por el holding Cargo, que agrupa a alrededor de quince pequeñas empresas del suroeste francés. Ahora, con una plantilla de 45 trabajadores, produce 200.000 boinas por año y en 2015 facturó 2,9 millones de euros, procedentes de sus tres líneas principales: el modelo tradicional llamado “Heritage”, que conforma el 35 por ciento de su producción; el otro 30 por ciento procede de sus clientes militares, repartidos por todo el mundo, y el resto va a la alta costura, gracias a que la txapela ha sido convertida en tendencia por diseñadores como Dolce & Gabbana, John Galliano, Louis Vuitton o Ralph Lauren. La fábrica también es la proveedora oficial de la selección francesa de rugby. Cerca de un tercio de su producción está destinada a la exportación, con clientes en unos veinte países, incluyendo Japón, China y los Estados Unidos. Un dato: una boina básica cuesta unos 25 euros, mientras que los modelos de lujo pueden llegar hasta los 1.400 euros.