MAY. 13 2018 ARQUITECTURA Un moderno Partenón IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Aunque se toma a la Grecia clásica como un cimiento básico de la cultura occidental, lo cierto es que gran parte de su acerbo cultural está cogido de otras culturas. En el caso de la tan celebrada arquitectura de columna y trabe, los propios griegos reconocían haberla conseguido de los egipcios entre el 750 y el 350 antes de Cristo, aunque «transformándola en más noble», según escribía Platón. Lo cierto es que un elemento básico que distingue a la arquitectura clásica griega sobre todas es su obsesión por controlar cómo se ven las cosas; en el caso de su construcción más famosa, el Partenón de Atenas, el edificio no contiene ni una sola línea recta, contrariamente a lo que podría parecer. Su estilóbato (las escalinatas sobre las que se construyen lo templos) tiene una diferencia de 10 cm entre centro y lados y es, en realidad, una porción de una esfera de radio gigantesco. Las columnas poseen una inclinación curva, casi imperceptible, además de otra hacia los lados. Por si fuera poco, las columnas de los extremos no solo son más gruesas que las del centro (aproximadamente 5 cm), sino que también están más juntas. Todo este estipendio se hacía para lograr que la columnata pareciera regular, para que el khaos, lo impredecible, diera paso al logos, la claridad y la precisión. Todo esto se realizaba en una arquitectura que aspiraba a unirse con la naturaleza, y que no quería que ninguna de sus partes fuera más importante que el resto. Algunos críticos han evidenciado que la propuesta del estudio de arquitectura de Renzo Piano para el centro de la Fundación Stavros Niarchos de Atenas partía de una premisa similar, y que fue ese carácter mediterráneo lo que hizo que se llevaran el encargo, en aquel lejano 2008. El proyecto tardó cuatro años y medio en construirse, gastándose unos 600 millones en mitad de la peor crisis económica que el país pudiera recordar. Diez años después del concurso, el edificio está listo para albergar tanto la Ópera Nacional Griega como la Biblioteca Nacional, siendo una donación de la Fundación al pueblo heleno, y se ha convertido en un punto de atracción brutal, entre otras cosas por la gratuidad de su programa cultural y el enorme parque botánico abierto al público, con casi 170.000 metros cuadrados, con un diseño de la paisajista Deborah Nevis. El edificio se levanta en el extremo de una colina, sobre un antiguo hipódromo, en una zona aledaña al recinto olímpico, pero que había sido tierra de nadie durante los últimos veinte años. Al reparar en el conjunto, podemos ver no pocas reminiscencias de la arquitectura clásica; siguiendo una suave pendiente, en lo alto del promontorio aparece una gran cubierta plana, que encierra una serie de volúmenes. Al acercarnos más, comprobamos que, en realidad, esa colina es artificial y se usa para enmascarar el edificio de la Fundación. Aunque el lugar es un gran complejo, con una sala para 1.200 espectadores, una segunda sala para 450, biblioteca, zona de baile, cafeterías, aparcamiento, etc., desde el exterior el conjunto da la impresión de ser un gran parque con una pérgola –descomunal, eso sí– que la corona. Esa colina artificial fue realizada con sucesivas capas de tierra armada, técnica de bajo impacto ecológico que garantizaba la estabilidad del terreno. La condición de unirse a la naturaleza de la arquitectura clásica griega ya está cumplida. Espacio público. Por otro lado, la gran cubierta o pérgola da la sensación de configurar un plano cuadrado perfecto. Sin embargo, si echamos un vistazo a su sección, comprobaremos que tiene más que ver con la sección de un ala que a un tejado tradicional. En parte con la necesidad de crear una superficie curva para garantizar la evacuación de agua, en parte para reducir los tensiones producidas por la succión de viento (nada despreciables a esta escala), la cubierta se “abomba”, pese a que desde el exterior no vemos sino un plano perfecto, casi como si estuviéramos en el Partenón. Renzo Piano siempre acompaña a sus trabajos con un fuerte componente de espacio público, elemento importante en el recién estrenado centro Botín de Santander, en el Pompidou de París o en el Auditorio del Parco della Musica, en Roma. En este caso, el proyecto brilla por la manera de introducir en juego los dos espacios más interesantes que rodean al edificio; por el interior, el enorme parque lleno de lavanda y romero.