JUN. 29 2025 PSICOLOGÍA Pista de baile (Getty Images) Igor Fernández Así como las bandadas de pájaros se mueven al unísono sin palabras, las personas también nos recolocamos en las relaciones sin necesidad de explicitar el lugar que a cada cual nos corresponde, o que cada cual escoge. En una coreografía silente de gestos, tonos, silencios e intenciones, las personas sabemos qué esperar de y qué pedir a las personas con las que nos relacionamos, de modo que cada cual puede predecir los movimientos y adaptarse. Y en esa coreografía, los diferentes ritmos e intensidades en las respuestas de unas y otros nos coordinan. Si en una pareja, por ejemplo, una de las partes es más intensa emocionalemente que la otra, habrá una parte del escenario emocional compartido que será dominado y utilizado por dicha persona, más habitualmente. Si, en cambio, hay na parte más dada a la actividad que la otra, ese escenario de “lo que hay que hacer”, estará probablemente cubierto con mayor rapidez por esta persona. A veces no es una cuestion de malas intenciones, no necesariamente la persona emocionalemente intensa pretende desplazar las emociones del otro, pero es probable que termine sucediendo. O, no necesariamente la persona más activa pretende no dejar descansar a la otra pero, de nuevo, también es lo más probable que suceda. Las “coreografías” que montamos sobre lo que hacemos juntos, juntas, tienen lugar en un espacio en principio neutro, que nos pertenece a partes iguales, y del que podríamos participar equitativamente. Sin embargo, el ritmo rápido, la intensidad o la contundencia en las relaciones parece siempre ocupar más espacio, llevar el ‘baile’ con mayor frecuencia. Y a veces sucede de forma espontánea. Cabría pensar que es quien suele tener mayor ímpetu quien debe tener cuidado de no avasallar, pero también es responsabilidad de cada cual ocupar activamente el espacio común con su propia manera, declarar en el una necesidad diferente o valorar y hacer valorar el sentido de hacerlo quizá más despacio, menos intensamente o con más delicadeza. Pero utilizar el espacio y el tiempo de las relaciones. Nuestra costumbre e idiosincrasia nos hace difícil a veces bajar las revoluciones del ímpetu o el conocimiento; y otras, al contrario, subirlas. Cambiar de maneras no es fácil y quizá empieza por apreciar otros ritmos y otras maneras de expresarse como una fuente de aprendizaje, no como si hubiera un ritmo más adecuado que otro, o una intensidad más acertada que otra, sino como un movimiento natural del que aprender. Quien está habituado a hablar mucho puede aprender algo de llevar una conversación más pausada. O quien requiere mucha atención emocional puede aprender de simplemente hacer, en lugar de “comunicar” todo el tiempo. En esa coreografía sin palabras, comunicar a los demás, cediendo o acelerando el paso para adaptarnos, que aún hay algo que poder aprender de ellos, de ellas, es garantía de reciprocidad. Dejarles que usen el espacio común de un modo diferente, y después arriesgarnos hacerlo así un rato, permite construir la relación de otra manera. “¿Qué piensas al respecto, cariño? ¿Cómo lo harías tú? ¿Qué te apetece que hagamos?”. Son preguntas que suenan a una invitación a bailar.