SEP. 21 2025 Brian Rowan, la BBC en Belfast: cintas de una paz imperfecta pero posible Treinta años después del Acuerdo de Viernes Santo, el periodista de la BBC Brian Rowan recupera en «Impossible Peace» las cintas en las que líderes republicanos, unionistas y mediadores dejaron constancia de un proceso insólito. Un camino lleno de treguas frágiles, negociaciones secretas y muchos riesgos que desembocó en un pacto que parecía inalcanzable. Brian Rowan. (Maialen Andres | FOKU) Ibai Azparren {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Aquellas cintas pertenecen ya a otro tiempo. Como las grabadoras con las que Brian Rowan recogió las voces -a veces firmes, otras apenas susurros- de quienes hicieron posible, el 10 de abril de 1998, los Acuerdos de Viernes Santo. Un pacto que se convirtió en uno de los ejemplos más emblemáticos de resolución de conflictos armados y que el propio periodista de la BBC en Belfast consideraba inalcanzable. De ahí el título, “Paz imposible”, un relato que abarca desde los altos el fuego de 1994 hasta la paz sellada cuatro años después, y que incorpora también reflexiones recientes sobre aquellos agitados años y sobre un proceso insólito que, en palabras de la exasesora de Bill Clinton, Nancy Soderberg, fue poco menos que un «milagro». Rowan, cronista intrépido y con varios libros a sus espaldas, conserva intacta la memoria de aquella Irlanda convulsa. Apasionado del oficio, visitó la redacción de GARA en Donostia, donde, presentado por Iñaki Soto, ofreció una conversación que fue al mismo tiempo lección de cómo ejercer el periodismo en tiempos de guerra y cómo narrarlo después, sin caer en simplificaciones pero con una honestidad descarnada. Su nuevo libro nace precisamente de esa premisa: en medio del torbellino informativo de hace más de tres décadas, nadie terminaba de comprender del todo lo que estaba ocurriendo. «Sí entendíamos las palabras -admite Rowan-, pero no el verdadero significado que encerraban en aquel momento». Brian Rowan estuvo en la redacción de GARA en Donostia durante la presentación de su libro «Impossible Peace», en la que mantuvo una charla con Iñaki Soto. (Maialen Andres | FOKU) Quizá ahora, a la luz del tiempo transcurrido, resulte más sencillo desempolvar esas cintas y calibrar el impacto de aquellas palabras. Rowan lo hace volviendo atrás, a la Irlanda combativa de los noventa, a través de entrevistas que rescatan las voces de quienes protagonizaron aquel tiempo. Entre ellos, figuras políticas de primer orden como Gerry Adams -entonces presidente del Sinn Féin en los momentos más críticos del proceso- o el exjefe de Policía Ronnie Flanagan. También otros que ya no están: el Nobel de la Paz John Hume, el líder republicano Martin McGuinness o los unionistas David Ervine y Gusty Spence. En apenas 72 páginas, estos testimonios -oficiales y extraoficiales-, acompañados de 22 ensayos de colaboradores, ofrecen una mirada renovada sobre un proceso que transformó para siempre la historia de Irlanda. TODO COMENZÓ AQUELLA MAÑANA DE AGOSTO DEL 94 El 31 de agosto de 1994, el camino hacia la paz quedó abierto por primera vez cuando el Ejército Republicano Irlandés (IRA) ordenó a todas sus unidades un alto el fuego incondicional. Desde ese instante arranca el relato de Rowan. «Ese día era el cumpleaños de mi esposa. Sabía que ese sería el día en el que el IRA anunciaría el alto el fuego. Me habían llamado a aquel móvil que entonces tenía el tamaño de un ladrillo», recuerda el periodista. A las 11:00 de la mañana, una mujer le leyó a él y su colega Eamonn Mallie la declaración del IRA en un café: «La gran noticia, en las primeras frases, era que a partir de esa noche habría un cese completo de las operaciones militares. ¿Sabía yo lo que eso significaba? No, no lo sabía». Para Rowan, aquella frase era mucho más de lo que se esperaba. «Y para algunos, fue demasiado», añade. Los gobiernos de Londres y Dublín y los servicios de seguridad británicos esperaban una tregua parcial, limitada a semanas. «Así que, cuando la mujer leyó esa línea, la secesión completa de las operaciones militares… en un minuto se convirtió en noticia mundial». Se alumbró así una esperanza de paz para un conflicto que se había cobrado 3.168 vidas en los últimos 25 años. (Maialen Andres | FOKU) El anuncio de alto el fuego del IRA en 1994 fue recibido con elogios por casi todos los actores: Gerry Adams alabó el valor de la organización, reclamó una Irlanda «unida y libre» y exigió la desmilitarización del norte y la liberación de presos; John Major, primer ministro británico, lo consideró «altamente estimulante», aunque recalcó que debía traducirse en una renuncia «permanente» a la violencia; y Albert Reynolds, primer ministro irlandés, lo presentó como una «oportunidad histórica» para erradicar las armas de la política. La única voz discordante fue la de Ian Paisley, líder del Partido Unionista Democrático, que advirtió: «No queremos una paz que sea una rendición». El siguiente paso sería la constitución de una mesa negociadora. También se preveía una cumbre de los primeros ministros británico e irlandés, John Major y Albert Reynolds, respectivamente, con el presidente de EEUU, Bill Clinton. Una sola sombra sobre el clima de optimismo que brotó en el norte de Irlanda: el texto no incluía la palabra permanente. Así que la euforia duró poco. «Desde que la mujer leyó la declaración tardé 20 minutos en llegar al estudio de la BBC. Ya en el estudio había un representante lealista. Y el punto en el que se estaba concentrando era que el IRA había dicho completo. Pero no habían dicho permanente. Y eso se convirtió casi en una hora después de que se publicara la declaración… en una discusión de 18 meses antes de que se rompiera el alto el fuego en el 96». (Maialen Andres | FOKU) NO ERA EL FINAL; SOLO EL PRINCIPIO No fue la falta de gestos republicanos lo que frustró aquel primer intento, sino la miopía política de Londres. Rowan lo explicó con crudeza en Donostia: «Si el Gobierno, el entonces primer ministro John Major y el secretario de Estado Patrick Mayhew hubieran escuchado el consejo de Flanagan en 1994 y 1995, existe la posibilidad de que el alto el fuego no se hubiera roto en 1996». En aquellos años, el Ejecutivo británico gobernaba con una mayoría precaria, sostenida por los unionistas del Ulster, lo que limitaba cualquier margen de maniobra. Ronnie Flanagan, jefe de la rama especial de la Policía norirlandesa, se lo había dicho ya entonces al periodista: «No era posible desmantelar los conocimientos de ingeniería del IRA, su capacidad para fabricar armas. Lo más importante era desmantelar la voluntad de usar esa capacidad». Pero en lugar de apostar por esa vía, Downing Street se enrocó en exigir un desarme previo y absoluto, una condición imposible que terminó por romper la tregua y devolver al norte de Irlanda al conflicto en 1996. El escepticismo británico y la exigencia inmediata de desarme acabaron por levantar un muro. Gerry Adams lo advirtió en 1995, en una de las grabaciones que recupera Rowan: «Si no eliminamos las causas del conflicto, no solo habremos desperdiciado la mejor oportunidad en 75 años, sino que las causas del conflicto se agravarán… y resurgirán». (Maialen Andres | FOKU) Aquel aviso se cumplió pronto. La oportunidad abierta en 1994 se desangró entre la desconfianza y el cálculo político en Londres, y en febrero de 1996 el IRA volvió a las armas con la bomba de Canary Wharf, en pleno corazón financiero de Londres. La organización explicó su decisión con un comunicado demoledor: el alto el fuego quedaba roto porque «el Gobierno británico actuó de mala fe con el Sr. Major y los líderes unionistas, desperdiciando esta oportunidad sin precedentes para resolver el conflicto», al negarse a permitir la entrada de Sinn Féin en las negociaciones de paz hasta que el IRA entregara sus armas. Rowan lo resumió con una reflexión: «Quizá los primeros ceses del fuego tuvieron que fracasar. Tal vez había que dejar espacio para que la gente se enfadara, para usar las mejores palabras de esa etapa en términos de descontaminación y cuarentena». ACTORES POR LA PAZ A comienzos de los 90 el tablero internacional estaba cambiando: los procesos de paz centroamericanos, las conversaciones PLO-Israel en Oslo o la transición sudafricana demostraron que conflictos enquistados podían intentar resolverse. En Irlanda, el nuevo secretario de Estado británico Peter Brooke había reconocido en 1990 que el IRA no podía ser derrotado militarmente e impulsó el canal secreto de contactos. En paralelo, las conversaciones Hume-Adams y el empuje del primer ministro irlandés Albert Reynolds consolidaron un frente que desembocó en la Declaración de Downing Street de 1993, germen del alto el fuego de 1994. De aquellos tiempos, el que fuera líder de Partido Laborista Social Demócrata (SDLP) admitiría tiempo después en una de las cintas de Rowan: «Me di cuenta de que Gerry Adams era sincero conmigo… y creo que él aceptó que yo fuera sincero con él. A pesar de nuestras profundas diferencias, existía una gran confianza personal». Adams, por su parte, completaba en otra de las grabaciones: «¿Qué hicimos John Hume y yo? Después de 25 años de conflictos, terminamos con la ilusión de que era intratable». (Maialen Andres | FOKU) El proceso Hume-Adams fue decisivo para allanar el camino hacia el primer alto el fuego y, en última instancia, hacia los Acuerdos de Viernes Santo de 1998. Pero no era lo único que se movía en aquellas sombras. Bajo la superficie, lejos de los focos, funcionaba desde 1973 el citado canal secreto de comunicación entre el Gobierno británico y el IRA, en el que Martin McGuinness jugó un papel central. Durante dos décadas, ese hilo invisible permitió intercambiar mensajes, tantear posibilidades y explorar límites. A comienzos de los noventa, con el conflicto aún vivo, aquel canal volvió a activarse con fuerza, hasta que en 1993 estalló en público tras filtraciones y malentendidos que pusieron al descubierto lo que hasta entonces había sido apenas un susurro entre bastidores. El sacerdote Denis Bradley fue una de las piezas invisibles del canal secreto que unió al IRA con el Gobierno británico a comienzos de los noventa, junto con Brendan Duddy y Noel Gallagher, tres hombres de Derry que actuaban como facilitadores. En 1993, Bradley redactó un mensaje que fue atribuido después al IRA y que Londres tomó como prueba de que los republicanos querían negociar. La filtración generó titulares, acusaciones de mala fe y el cierre del canal, pero en realidad lo que Bradley intentaba era crear las condiciones para que ambas partes se sentaran a hablar. Años más tarde, en el 2000, él mismo explicó a Rowan: «No sirves como mediador si solo te dedicas a mediar; tienes que arriesgarte de vez en cuando». El periodista lo resumió con crudeza: «Los gobiernos no hablan con terroristas… hasta que lo hacen». Entre los nombres que Rowan rescata en “Impossible Peace” figura también el del sacerdote redentorista Alec Reid, símbolo de la obstinación silenciosa. Fue uno de esos mediadores que nunca se resignaron al fracaso, alguien capaz de insistir incluso en las madrugadas más inhóspitas. Rowan lo evocó en la sede de GARA con una sonrisa: «El padre Reid probaba la paciencia de todos, llamaba a las tres de la mañana o a las cuatro pero, cuando persigues la paz, no esperas el momento adecuado». Esa misma tenacidad marcó el rumbo político en Dublín. El taoiseach Albert Reynolds, que llegó al cargo en 1992 convencido de que la paz era «un imperativo moral», asumió riesgos que otros hubieran evitado. Su hija lo recordaría como «un negociador capaz de pensar lo impensable», una audacia que cristalizó en la Declaración de Downing Street de 1993, firmada junto a John Major y convertida en uno de los pilares del proceso. En su visita a GARA, en la imagen con el director Iñaki Soto, el periodista presentó el volumen que reúne las grabaciones y testimonios clave del camino hacia el Acuerdo de Viernes Santo. (Maialen Andres | FOKU) La dimensión internacional llegó poco después. En 1994, y contra el criterio de Downing Street, Bill Clinton concedió un visado a Gerry Adams para viajar a EEUU. Aquel gesto otorgó al líder del Sinn Féin una legitimidad inédita y reforzó la apuesta por la vía política. Rowan recuerda también las palabras del propio presidente estadounidense, que definió la paz con la sencillez de un principio universal: «La paz es la capacidad de manejar los conflictos con medios pacíficos». Semanas después de la declaración del IRA, llegó el alto el fuego de los grupos paramilitares protestantes. UVF, UDA y Red Hand Commando, reunidos bajo el Combined Loyalist Military Command, anunciaron en octubre de 1994 que dejaban de disparar. Fue Gusty Spence, viejo militante de la UVF, quien leyó aquellas palabras solemnes: «No lo hago por Gusty Spence, sino por cada persona genuina que hubiera sentido remordimiento por cualquier suceso ocurrido en Irlanda del Norte». La coincidencia convirtió aquel momento en algo doblemente inolvidable para Rowan: mientras las calles de Belfast empezaban a intuir un respiro tras tres décadas de conflicto, él asistía al nacimiento de su hija. En su memoria, la llegada de una nueva vida quedó unida para siempre al alto el fuego. PERIODISMO EN CONFLICTO Pero narrar la paz resultó casi tan difícil como la guerra. Rowan lo admitió en la sede de GARA con una frase que resume la paradoja de aquel tiempo: «Sabíamos informar de bombas y de atentados, pero no de procesos de paz». Hasta entonces, el periodismo había consistido en contar la violencia inmediata: los cuerpos, las ruinas, los comunicados. De repente, se trataba de seguir pistas en la sombra, interpretar silencios y palabras calculadas, aprender un lenguaje nuevo. Rowan relató cómo aquellas cintas se convirtieron en un mapa para entender las tensiones y avances hacia el Acuerdo de Viernes Santo de 1998. (Maialen Andres | FOKU) Y hacerlo mientras el teléfono estallaba con reproches: «Durante las negociaciones, el IRA me decía que no se iba a desmantelar. Y yo lo estaba transmitiendo. Y, después de cada transmisión, me llamaba alguien del Gobierno británico o del Partido Unionista para decirme que exageraba mis conocimientos, que iba a pasar vergüenza, que hablaba con la gente equivocada», relató. La presión era constante, y el margen de error, mínimo. Ser corresponsal en Belfast significaba caminar a diario por un campo minado de sospechas, armado solo con una grabadora y la certeza de que había que dejar constancia de lo que ocurría, incluso cuando nadie -ni siquiera los periodistas- comprendía del todo hacia dónde se dirigía la historia. Esa presión cotidiana lo convirtió en algo más que corresponsal: en un cronista forjado en el fragor del conflicto. EL VIERNES SANTO DE 1998 El proceso sobrevivió, sin embargo, a esas fracturas. Durante cuatro años de negociaciones secretas, conversaciones cruzadas y mediaciones improbables, la paz se fue cosiendo a retales. Rowan confesó en Donostia: «Mis diversas fuentes, en torno al Viernes Santo, pensábamos que no habría acuerdo». Y, sin embargo, el 10 de abril de 1998, con Tony Blair como primer ministro británico y Bertie Ahern como Taoiseach irlandés, se firmó el texto que cambiaría para siempre el norte de Irlanda. Ese día, el mediador estadounidense George Mitchell advirtió: «Esa es la parte fácil. Lo difícil será implementarlo». En “Impossible Peace” las voces de aquellos días aún resuenan. John Hume había repetido hasta la saciedad que «había una oportunidad real de salvar vidas». Gerry Adams insistía en que el alto el fuego era «la mejor oportunidad para lograr la paz y la justicia», aunque nadie pudiera garantizar su desenlace. Y David Ervine, antiguo miembro de la UVF y dirigente del Partido Unionista Progresista, reconocía que dar por «a salvo» la unión con Gran Bretaña era «solo una suposición», pero permitía a los suyos seguir adelante. Rowan recuerda también la escena de 2007, cuando Adams acudió al funeral de Ervine. Para él, esa imagen condensaba lo alcanzado: «Para mí, eso era lo que debía ser la paz: el líder de un bando reconociendo la contribución de alguien del otro». El acuerdo de 1998 no borró las cicatrices ni resolvió todos los dilemas, pero abrió un tiempo nuevo. Treinta años después, Rowan lo resume con sencillez: «¿Estamos en una mejor situación? Estamos en una situación mucho mejor que donde estábamos. Pero aún nos queda camino por recorrer». UN LUGAR MEJOR Aquellas cintas guardan la memoria de un país que aprendió a hablar entre el estruendo de las bombas. Rowan las rebobina y escucha las voces de Hume, Adams, McGuinness, Spence, Ervine, Flanagan… testimonios de un tiempo en el que cada palabra podía abrir una puerta o cerrarla para siempre. Hoy, cuando la expresión alto el fuego reaparece en otros rincones del mundo -a veces como promesa, a veces como burla-, Irlanda recuerda que lo imposible también puede hacerse realidad. No fue un milagro, sino un rompecabezas armado con silencios, malentendidos y decisiones arriesgadas de quienes aceptaron mirar más allá de sus trincheras. Treinta años después, Rowan lo resume con la sobriedad de quien ha visto demasiado: «No estamos en un lugar perfecto, pero estamos en un lugar mejor». Ese es el legado de aquellas grabaciones. Brian Rowan recuerda que narrar la paz resultó casi tan difícil como cubrir el conflicto, porque exigía descifrar silencios, desconfianzas y lenguajes nuevos más allá de los atentados, las bombas y los disparos Con la perspectiva del tiempo, Rowan sostiene que los primeros ceses del fuego estaban destinados a fracasar, antes de que pudiera alcanzarse el acuerdo definitivo