OCT. 12 2025 PANORAMIKA Realidad La exposición «Lazos familiares», de Tina Barney, permite acercarse al trabajo fotográfico de la artista estadounidense, que se puede ver en Tabakalera hasta principios de noviembre. (Andoni Canellada | FOKU) Iker Fidalgo {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} A mediados de julio pasado, la sala Artegunea de la Fundación Kutxa, ubicada en la planta baja del edificio de Tabakalera de Donostia, inauguró una nueva exposición que podremos visitar hasta principios del próximo noviembre. Siguiendo con la línea comisarial habitual dedicada a la imagen, y especialmente a la fotografía como disciplina protagonista, abrió las puertas al trabajo de la fotógrafa estadounidense Tina Barney (EEUU, 1945). Barney es uno de los nombres más relevantes de la fotografía contemporánea norteamericana y en esta muestra se presentan trabajos que responden a cuatro décadas de fructífera dedicación. “Lazos familiares” es el título de la primera retrospectiva europea dedicada a la artista y llega a Donostia como la segunda etapa de su itinerancia tras su estancia el pasado 2024 en el Museo Jeu de Paume de París. En el legado artístico de Barney, cada nueva pieza nos invita a formar parte del mundo que representa. En sus fotografías, la artista nos introduce en un registro a medio camino entre lo documental y lo narrativo. Somos partícipes de una intimidad que en muchas ocasiones se intuye como auténtica y, en otras, es una teatralización consciente e intencionada. El protagonismo de su producción está regentado por la alta sociedad americana con quien la cámara parece transformarse en un personaje más de las situaciones retratadas. Por momentos, las imágenes nos revelan cierto aroma de decadencia, en otros, reflejos de una cotidianidad conocida que iguala cualquier estrato social. De cualquier manera, la artista intenta crear a partir de cierta distancia, procurando que su presencia como observadora silenciosa no altere el devenir de lo que está sucediendo mientras espera el momento exacto para disparar el objetivo de su cámara. La sala donostiarra alberga cincuenta y cuatro piezas que dan buena cuenta de su amplio recorrido profesional. Desde trabajos iniciales hasta sus colaboraciones y encargos con marcas y firmas de moda, se nos plantea la oportunidad de tener una profunda inmersión en el trabajo de la artista estadounidense. Bajo el comisariado de Quentin Bajac, nos encontramos con obras de un formato considerable. El tamaño de las impresiones nos ayuda, sin lugar a dudas, a fijarnos en detalles tanto compositivos como miradas y gestos. Entre ellas, se relacionan visualmente de una manera que nos lleva quizás a clichés que forman parte de la cultura popular norteamericana y a nuestra manera de llegar a ella. La fotografía lo ha vuelto a conseguir; desde su propia capacidad expresiva nos presenta un mundo tan desconocido como propio. Nos invita a un juego en el que como público somos pieza imprescindible sin abandonar la responsabilidad del compromiso con la veracidad de lo que presenta.