DEC. 07 2025 LITERATURA Confesiones desde el precipicio Kepa Arbizu {{^data.noClicksRemaining}} To read this article sign up for free or subscribe Already registered or subscribed? Sign in SIGN UP TO READ {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} You have run out of clicks Subscribe {{/data.noClicksRemaining}} Si toda biografía personal tiende a dejar su rastro, más o menos evidente, en la obra de un creador, en el caso de este autor balcánico, con una existencia marcada sobre todo por el suicidio de su padre y el pronto abandono de su madre, se abre paso demoledora hasta proclamarse guía absoluta de su inspiración. Cristalizado en un cortejo fúnebre salpicado de un no menos desgarrado sentido del humor, esta antología de breves -algunos casi telegráficos- relatos, publicada originalmente de forma póstuma en 2002, un año después de su prematuro fallecimiento, ejerce como radiografía de un desarraigo instalado de manera perenne. Una mirada, sostenida también sobre las innumerables botellas vacías dejadas en torno a su recorrido bohemio, que discurre, como si de pellizcos cotidianos extraídos de un libro de memorias se tratase, entre las calles de un Sarajevo natal que le dejaría herido, también, por la detonación durante un bombardeo. Cicatrices integradas a las de quien aprendió a caminar heredero de aquella gigantesca roca cargada por Sísifo, en esta ocasión lastrada por la desafección y el murmullo colectivo que nunca logró silenciar en su cabeza. Suegros inseparables de su escondido revólver, peligrosos desconocidos dispuestos a pervertir el imaginario infantil, historias de amor con banda sonora bélica o incluso ejercicios de metaliteratura configuran un álbum fotográfico de carácter costumbrista que no solo define a su protagonista, sino a todo un escenario colectivo suspendido, como anuncia el título compartido por el libro y la canción de Leonard Cohen, sobre el temblor de la congoja. Convertida su escritura, minimalista al estilo de Hemingway, Carver o Chéjov, en ese “pañuelo de letras” descubierto como único asidero para enfrentar la desesperación, ni tan siquiera su suspiro irónico, una bocanada propia de John Fante, logra apaciguar el llanto de una desordenada naturaleza tendente a resquebrajarse con demasiada facilidad. Dario Džamonja escribe como vivió, con la resignación de quien se sabe portador de un cuervo negro sobre sus hombros pero con la determinación de alimentar a ese pájaro azul, al que aludía Bukowski, insumiso al crepúsculo definitivo. Al contrario que el desvalido niño, protagonista de uno de estos cuentos, incapaz de trasladar aquello que le aflige a su progenitor, el autor estremece al lector sentándose en su regazo para, por fin, poder contar todo lo que siente. Cristalizado en un cortejo fúnebre salpicado de un desgarrado sentido del humor, esta antología ejerce como radiografía de un desarraigo instalado de manera perenne