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PSICOLOGÍA

Perdón, ¿cómo?

(Getty Images)

Los malentendidos entre personas son fruto de la incomprensión o el resultado de la rigidez o, simplemente, de la diferencia de culturas en lo que a los sentimientos o valores respecta, pero todos los malentendidos necesitan de algo esencial para su resolución: el deseo de arreglarlo.

La incomprensión a menudo se puede resolver hablando sobre lo que cada cual quería decir con lo que dijo, o lo que pretendía con lo que hizo; pero, para ello, tiene que ser posible que cada cual sea consciente de sus sentires, actos e intenciones, pero también del potencial impacto que estos pueden tener en otra persona y, en concreto, en quien tienen delante. Y, al mismo tiempo, ser conscientes de que la otra persona tiene, de facto, una manera distinta a la propia de leer la realidad, incluidas esas emociones, intenciones y actos que provienen de uno.

Entenderse conlleva una suspensión de algo que no solemos cuestionar en el día a día. Cuando pensamos en silencio, yendo en el metro o el autobús, caminando abstraídos o dedicándonos un rato frente a un café, no solemos cuestionar que nuestra elaboración en forma de pensamientos pueda ser solo una de las opciones posibles para entendernos y entender el mundo -simplemente porque es la nuestra, nuestra experiencia interna inmediata-. Poner el propio mundo interno en duda, o mejor dicho, poder entender lo que sentimos o pensamos solo como una opción y no la verdad, conlleva algo de distanciamiento, de perspectiva.

Es precisamente esa diferencia la que nos permite ver los límites del propio pensamiento o sentimiento, donde empieza y acaba, y por dónde esa experiencia interna podría cambiar para adaptarse mejor.

Pero hay veces en las que los malentendidos se vuelven densos, nos sumen en un galimatías fruto de que ninguna de las partes está dispuesta a ese distanciamiento, o a dudar. Y tiene todo el sentido desde esa lógica dicotómica: «Si solo existe una verdad, pues entonces será la mía, claro». Entonces, tener la razón es más importante que mantener la relación, en particular cuando se entiende que la conclusión del malentendido va a conceder poder a uno sobre otro. O cuando esa fantasía de derrota se descontrola en la cabeza, al punto de transformar la conversación en una lucha. Cuando entender al otro se siente como una derrota, cuando ceder en un razonamiento se convierte en una cuestión de todo o nada, quizá la propia identidad no esté tan clara, quizá seamos más frágiles de lo que creíamos.

Diluir un poco nuestros propios límites, distanciarnos de ellos, probar a cambiarlos en la realidad virtual de una conversación, de la dialéctica, no implica deshacernos, desaparecer o quedar derrotados. Lo que se dice, lo que se piensa, crea realidades, sí, pero para que eso suceda hay que apropiarse de las mismas, escuchar opiniones diferentes no opera en nosotros, en nosotras, como un hechizo. Entender no es aceptar, ni convencer es someter.