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Cerdo agridulce


Cuando en 1964 De Gaulle restableció relaciones oficiales con la China de Mao, el general argumentó que había que rendirse ante el «peso de la evidencia», ya que «China, antes que comunista, es China». Cincuenta años después, China es menos comunista y más China, y lo evidente es que su peso es tan grande que incluso Francia se rinde sin reparos ante el presidente Xi Jinping, de visita oficial en París.

Y como oficial rima hoy día con comercial, Hollande ha deseado desde el fondo de su corazón de economista que China acoja la próxima cumbre del G20. Su homólogo le ha replicado estampando su firma en contratos en mandarín que se traducen en varios millones de euros, algunos de los cuales llegarán a las faldas de los Pirineos. Y es que una de las mercancías a las que Pekín abrirá sus puertas es el jamón de Baiona, un producto que, como dijo aquel, tiene, como buen vasco, tan buena fama como mala, en ocasiones puede pasarse de salado pero de costumbre es soso a morir, y cuando está tieso enternece bien en su salsa y suele mejorar echándole un par de huevos, fritos claro.

¿Que qué harán lo chinos con él? Comercializarlo junto con el resto de productos «made in France» en el nuevo mercado de la creciente clase media asiática. Y a cambio, el presidente francés espera en vano que las cifras millonarios aturdan al electorado, si no en estas elecciones, en las próximas. Como si la balanza comercial le importara al elector del todo a cien. Bien lo sabe Sarkozy, que, disfrazado de precandidato, ha asomado su hocico para intentar hacer de la derrota electoral de Hollande una victoria que, por su propia situación personal, no puede ser más que agridulce, como el cerdo.