El teatro de Ayuso y nuestra realidad vasca
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Zaharrak berri Madrilen. De que Madrid es esencialmente de derechas no había duda. De que la candidata del PP iba a arrasar, menos aún tras la traca final de campaña. Me confieso más interesado políticamente que enfadado o sonrojado por la secuencia en que el músico Nacho Cano le devolvía a Isabel Díaz Ayuso la Medalla al Arte y la Cultura, en agradecimiento al «milagro de no haber cerrado los teatros». De hecho la escena, guionizada o no, fue en sí misma magnífico teatro.
Tan teatro que todo era simple y burda mentira.
Porque en Madrid no se han cerrado los teatros y los cines, cierto, pero tampoco en Segovia, en Donostia, en Sevilla o en Iruñea. Entonces, ¿cuál es el mérito de Ayuso? Solo ese, hacer teatro, política-fake, manipulando desde lo tangible a lo inmaterial, desde los test de detección de coronavirus al concepto de «libertad». Y coronándolo con un eslogan que a ser posible destile particularismo, orgullo localista: «Modelo Madrid». Derecha libertaria –o directamente anarca años 30–, con ensoñaciones de locos años 20 e ínfulas de movida madrileña años 80. Es ridículo, sí, pero está pasando... y ganando.
Sinceramente no sé cómo la izquierda podía combatir eso y derrotarlo. Es un debate pendiente y urgente. Con la mentira solo se compite con un ejercicio indigno (mentir igual) o con un trabajo muy ingrato (desmontar sin cesar las falsedades del rival). Y sin embargo, la izquierda está obligada, y más en pandemia, a ser responsable y decirle la verdad a la gente, no lo que está deseando oír. Tampoco le sobran fuerzas ni recursos, ni aparentemente talento. Lo tiene Pablo Iglesias, pero no para jugar en ese lodazal; incluso teniéndolo por populista no es rival para alguien como Ayuso, desprovista de cualquier escrúpulo. El modelo evolucionado es el de derechas porque entronca fácil con la desvergüenza, la irresponsabilidad o la desigualdad.
El populismo de derechas brota en todos los sitios pero crece fácil y rápido en las sociedades menos críticas, más individualistas y más angustiadas por esta fatiga pandémica. Hoy es Madrid, ¿mañana puede ser Euskal Herria? Deberíamos preguntárnoslo seriamente y antes de que sea tarde. La semana del Gobierno Urkullu, por ejemplo, da para alarmarse: falsear datos de covid-19, negar connivencia con matones ultras y tirar la piedra y esconder la mano con el confinamiento también son incipiente populismo de derechas, aunque Urkullu parezca un sinsorgo al lado de Ayuso.
Hay motivos para preocuparse, muchos, pero no para tirar la toalla. Dice un eslogan famoso que se puede engañar a muchas personas una vez o a alguien toda la vida, pero no a todos todo el tiempo. Sabemos que Trump solo ha durado cuatro años y había dejado de hacer gracia bastante antes. También que Johnson huyó a tiempo de sus propias tentaciones populista-negacionistas. ¿Y quién duda de que Bolsonaro acabará muy mal?
Quizás pase lo mismo con Ayuso, que al fin y al cabo cabalga sobre una potestad legal desmesurada: la convocatoria de elecciones a conveniencia. Su discurso «naif» no hubiera tenido opción alguna hace un año, cuando se dejó morir en masa a los ancianos en residencias. Con la enorme volatilidad política actual, tener la capacidad de apretar ese botón en el momento propicio para tus intereses es una clave esencial, una trampa más. Ella lo ha hecho a mitad de legislatura... y lo volverá a hacer el año que viene si atisba mayoría absoluta en solitario, aunque el nuevo ciclo sea ya minúsculo.
Conviene pensar y estar preparado para todo ello, también en Euskal Herria. Como en las carreras, hay varios circuitos a la vez en los que trabajar: la maratón de fomentar una sociedad crítica donde no quepan Ayusos y la mediofondista pugna diaria contra la disparada mentira (y su sucedánea muy común, la propaganda), sin olvidar un sprint electoral para el que hay que tener siempre los pies sobre los tacos de salida.