«Pelé nunca va a morir»
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Edson Arantes do Nascimento ya daba patadas en el vientre de su madre antes de venir al mundo, la misma que le castigó sin escuchar por la radio la final del tristemente Maracanazo, la deshonra nacional que hizo romper en llanto a su progenitor y que aquel crío de solo diez años, que pateaba descalzo en las calles de Minas Gerais un pellejo apañado con telas, juró vengar mientras sostenía el cajón de limpiabotas con el que ganó sus primeros ‘reis’.
Ocho años después de aquella promesa en la que nadie creyó, ‘Dico’, el apodo cariñoso con el que nunca dejó de llamarle su madre, pasó a ser conocido como ‘Pelé’, dicen, porque cuando era solo un niño su ídolo era Bilé, portero del Vasco da Gama, que él pronunciaba mal, diciendo algo así como “Pilé”. Y, de ahí, Pelé. Luego ‘O Rei’.
Toda historia tiene un final, pero también un principio. Como el de uno de los más grandes, o el que más, desde luego el de más sobrenombre, quién mayor proyección mediática ha cultivado desde su emancipación en aquel Mundial sueco de 1958 y mayor repercusión planetaria le ha dado al fútbol durante generaciones. Alguien describió una vez que antes de él los buenos no elegían camiseta y nadie sabía cómo llamar al mejor de todos. Luego, añadía ese mismo alguien, «a todos se les quiso decir Pelé».
Incluso el icónico ‘10’ a su espalda, una predestinada casualidad que lo portara en el Mundial del 58, dejó de ser desde entonces un número de dos dígitos. Quizá por todo eso, en un guiño del destino, vino al mundo el día en que a su barriada llegó la electricidad y alguien, quizá su padre, al que apodaban ‘Dondinho’ y una lesión truncó su carrera de futbolista para acabar limpiando váteres, le llamó Edson, en honor a Thomas Edison, inventor de la duradera bombilla incandescente.
Estaba predestinado a alumbrar al fútbol. Celeste, la que aguantó sus primeras patadas en la barriga, es la primera responsable de sus posteriores cifras y logros de escándalo. El segundo, su padre, el mismo que le enseñó a patear con mangos. El tercero, Waldemar Britol, el artífice del descubrimiento de Pelé cuando éste sólo tenía 11 años, encargado de convencer a su madre para hacer su primera prueba y quien le dio sus primeros buenos consejos.
A los 15 años ya había fichado por el que sería su equipo durante el resto de su vida, el Santos. Ni la añoranza de sus de Bauru y de su familia pudieron con el destino. En setiembre de 1956 jugó su primer partido oficial, contra Corinthians –antes lo había hecho en un amistoso ante, hecho que seguramente pocos sabrán, el AIK sueco–. El chaval aún no había cumplido los 16, pero no se durmió en los laureles.
Primer encuentro, primer gol. La leyenda no había hecho más que comenzar. 1.281 goles en 1.363 partidos. Como si se tratara de un símbolo, Pelé marcó en la final de México '70 el gol número 100 de Brasil en la Copa Mundial. Un remate de cabeza desde una altura casi imposible. Acababa así lo que empezó en 1958, en Suecia, cuando tras la gran final ante los anfitriones, aquel adolescente salió a hombros de sus compañeros de equipo.
‘‘Paris Matcha’’ inmortalizó el instante y le bautizó a toda página como el Rey. ‘O Rei’. El jugador, como niño que era, no pudo contener las lágrimas. Nunca un futbolista había dejado una huella tan profunda en la historia de la Copa del Mundo. En 1969, O Rei consiguió su gol número 1.000 en medio de un delirio indescriptible en el sacrosanto Maracaná.
A lo largo de su carrera, logró marcar cinco goles en un mismo partido en seis ocasiones, cuatro goles 30 veces y tres goles en 92 oportunidades. Contra Botafogo en 1964, llegó a anotar ocho dianas. Disputó 1.120 partidos con su amado y venerado Santos y 107 en el New York Cosmos. El Mundial de Inglaterra '66 se hizo para coronar al equipo local. La consigna de los equipos europeos era pegarle a Pelé ante la pasividad de los árbitros ingleses.
Mucho antes, él se confesaba: «Lo que yo podría aconsejarles es que me marquen duramente pero sin mala intención, como generalmente lo hacen. Me gusta tener un buen adversario por delante pero no me gusta ser cazado en la cancha como si fuera una fiera salvaje». En el tercer partido contra los portugueses, tuvo que dejar de jugar por las patadas que recibió.
Sin embargo, los mismos ingleses que lo dejaron fuera del torneo titularon a toda plana en “The Sunday Times”: «¿Cómo se deletrea Pelé? D-I-O-S». Y a Dios, decía Luis César Menotti, cómo se le podía marcar... «Con una tiza», respondió ‘El Flaco’. En 1977, Pelé dejó el fútbol definitivamente. J.B.Pinheiro, embajador de Brasil en la ONU, declaró entonces: «Pelé ha jugado 22 años al fútbol y durante ese tiempo ha hecho más por la amistad y la fraternidad que ningún embajador».
No solo jugó al fútbol, repartió fútbol y con él la alegría de verle desenvolverse y hacer goles. Porque si Pelé no hubiera nacido hombre, hubiera nacido pelota, como escribió su compatriota Armando Nogueira. Porque «hacer 1.000 goles como Pelé no es tan difícil, pero hacer un gol como Pelé sí que es difícil», que dijera Carlos Drummond de Andrade, poeta brasileño. Fue de penalti, en Maracaná.
Si realmente fueron 1.000 o menos, qué más da, todos los dioses están forjados de leyendas. ¡Incluso se dice que Maradona marcó uno gracias a ‘la mano de Dios’! Pelé nunca jugó en un equipo europeo y jamás disputó el Balón de Oro de la FIFA.
La injusticia fue reparada el 13 de enero de 2014, cuando el Rey del Fútbol recibió el trofeo por el conjunto de su carrera. Deportista del siglo XX por el Comité Olímpico Internacional, deportista del siglo por la revista “L’Équipe”, elegido como uno de los deportistas del siglo XX por la revista‘‘Time’’, incluido en la selección del siglo de la FIFA, futbolista del siglo por la Unicef, jugador del siglo por ‘‘France Football’’... desde la Legión de Honor que le concedió el general francés Charles de Gaulle, hasta la Orden de Lenin.
La lista de reconocimientos mundiales es inabarcable. Hay un Museo dedicado a su figura, tiene su propio ‘biotopic’ en “Pelé, el nacimiento de una leyenda” (2016), su propia autobiografía, incluso nos legó para siempre aquella imparable y acrobática chilena en “Evasión o victoria”. Le pusieron su nombre a todo lo que se pudiera comercializar, y su cara lo mismo a las tarjetas MasterCard que a la Coca Cola, y hasta se convirtió en abanderado, suculentamente pagado, de la lucha contra la disfunción eréctil.
Luces y, también sombras. Cuando Brasil dejó atrás una dictadura de años, de 1964 a 1985, a Pelé no se le ocurrió decir otra cosa que su pueblo no sabía votar. Romario, el de la ‘cola de vaca’ a Rafa Alkorta, dijo de él algo en lo que muchos coinciden: «Pelé callado es un poeta».
Fue criticado en su día por minusvalorar unos gritos racistas contra un portero brasileño, por pedir que las críticas sociales ante el Mundial en su país dieran una tregua durante el campeonato, ha tenido sus más y sus menos publico con Diego Armando Maradona, algunos negocios oscuros, hijos no reconocidos que luego tuvo que asumir vía judicial…
Sostenía Pelé hace ya muchos, muchos años, que «Dios me dio el fútbol y solo él me lo puede quitar». Afable, deseoso de hacer feliz a la gente a través del fútbol, embajador de buenas causas, ídolo, leyenda, O Rei ha muerto. O no. Él mismo nos legó en vida su propio epitafio: «Pelé nunca va a morir».