Israel y Palestina, dos Estados irreconciliables
Todos los procesos de paz abiertos entre Isreael y Palestina concluyeron en fracasos rotundos envueltos en mentiras que ocultaron la falta de voluntad real por parte de los israelíes para llegar a acuerdos genuinos y simétricos.
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La historia de Israel en Palestina es un interminable relato plagado de matanzas, ocupaciones y mentiras. Solo hace falta echar un vistazo al mapa de la región para entender la cruda realidad en la que viven millones de palestinos. En la Cisjordania ocupada, las aldeas son hormigueros con las salidas bloqueadas por cientos de asentamientos donde 500.000 colonos israelíes dan rienda suelta a sus instintos más criminales sin que sufran el menor castigo por ello. La Franja de Gaza es una jaula apocalíptica sometida a un asedio medieval que los habitantes sobrellevan con ejercicios dramáticos de supervivencia. Queda Jerusalén Este, ocupada en 1967 por más de 200.000 judíos que extendieron un régimen de apartheid equiparable al que sufrió la población negra en Sudáfrica.
He aquí la geografía de Tierra Santa, un infierno a cielo abierto ahogado en sangre y resentimientos. En 1993, días después de la firma de los Acuerdos de Paz de Oslo que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el Gobierno israelí vendieron al mundo como el fin de su atávico conflicto, el filósofo palestino Edward Said escribía una de esas frases que merecen destacarse en los libros de historia: «Nuestra esperanza es la catástrofe». Luego llegaron los encuentros de Wye River en 1998, Sharm el Sheikh en 1999 y Camp David en 2000, con un manto de promesas nunca cumplidas por quien ostenta mayor poderío. Aquel futuro desastroso que vislumbró Said ha llegado hasta hoy y es bastante peor del que imaginaba.
¿Cómo hablar de paz a unos padres que llevan los restos de su hijo a una morgue de Gaza en medio de bombardeados indiscriminados? ¿Qué liderazgo puede ejercer un político como Mahmoud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina a quien la mayoría de su pueblo desprecia? ¿Cómo esperar algo de un Donald Trump que con la fatua solemnidad de un emperador romano organiza un ritual de obediencia internacional a un «acuerdo de paz» que no contiene ni una sola palabra sobre los palestinos, sus derechos o aspiraciones? «Me resulta inimaginable esperar nada de todo eso. Con el genocidio se han traspasado los límites. Los ‘garantistas de la paz’ -básicamente EEUU- hablan de la rendición total de los palestinos y de que acepten un destino que les aboca al exilio o a la muerte», asegura Martin Gak, periodista judío-argentino residente en Berlín y analista de la política en Oriente Medio. «La propuesta de los dos Estados está muerta y nunca volverá. En primer lugar, porque no hay absolutamente nadie que confíe en los israelíes ni en sus patrones. Quienes en su día presentaron la vía de dos Estados mintieron a los palestinos», remata.
Para empezar, los hechos. En 1948, Israel ocupó por la fuerza el 78% de la Palestina histórica, destruyendo y despoblando más de 500 aldeas árabes. Unas 700.000 personas, un tercio de la población, fueron expulsadas de su tierra. El 22% restante, Cisjordania y la martirizada Gaza, quedaron bajo la autoridad de Jordania y Egipto hasta que, en 1967, Israel se hizo con su control. Solo permitieron que unas pocas áreas desconectadas entre sí funcionaran bajo una aparente «autonomía» al albur de lo que decidía Israel según sus intereses.
«BANTUSTIZACIÓN»
Ese control es lo que les ha permitido duplicar el número de colonos durante las décadas siguientes, ampliar las colonias, continuar su política discriminatoria y encerrar a una nación entera en áreas restringidas por una red de caminos por donde solo pueden circular judíos. Es lo que el intelectual palestino Haidar Eid denomina «bantustanización» de Palestina, en referencia al proyecto segregacionista que la minoría blanca sudafricana ideó para confinar a los negros en reservas aisladas. “Así se han garantizado a lo largo del tiempo la imposibilidad de establecer un Estado palestino independiente en las fronteras de 1967. Y sobre esa base se sentaron en Oslo y en todos los encuentros sucesivos. Israel ya se había encargado de construir muros de apartheid para dividir a palestinos de palestinos», explica este profesor de la Universidad Al Aqsa de Gaza ahora exiliado en Sudáfrica. Buen conocedor de los Acuerdos de Paz que firmaron Yasser Arafat y Yitzhak Rabin en 1993, Eid confiesa que el proceso de Oslo «fue uno de los mayores fraudes cometidos contra el pueblo palestino».
La periodista israelí Amira Hass, una de las más serenas corresponsales en los territorios ocupados, lleva toda su brillante carrera denunciando desde Gaza que cualquier intento de negociación entre israelíes y palestinos ha estado condenado al fracaso por falta de simetría. «La estrategia que siguieron Israel y EEUU en Oslo, el proceso que tanta euforia internacional causó y que inspira hoy a algunos políticos extranjeros, fue la de dividir y subdividir aún más a un territorio que ya estaba partido en tres subzonas -A, B y C- de forma planificada bajo su estricto control. Solo aceptaron tratar los repliegues de sus tropas en algunas zonas ya conquistadas pero ni eso cumplieron», ha explicado en una reciente entrevista. Hass ha descrito, muchas veces con demoledor detalle, lo desgarradora, aterradora y absolutamente detestable que puede resultar para los palestinos recorrer dos, tres o diez kilómetros, mientras que 200.000 judíos gozan de una libertad total de movimiento. «Esto no ha tenido ningún efecto sobre la seguridad de los israelíes salvo el de convertir en un infierno la vida de los palestinos», ha defendido muchas veces
El filósofo Edward Said explicaba en un extenso artículo las razones que le llevaron a reprobar todas las tentativas de paz que luego terminaron fracasando. «La mayoría de la gente ha asumido que hay una paridad entre palestinos e israelíes, que hay una guerra entre ambos, como si cada uno tuviera un territorio desde el cual enfrentar al otro. Esto es, en realidad, un malicioso engaño. De hecho, la desproporción entre los dos antagonistas es inmensa, en términos del territorio que ocupan y en las armas de que disponen», escribió un Said radicalmente opuesto a los términos en los que siempre se han planteado las negociaciones destinadas a construir dos Estados.
En el arranque del proceso de Oslo, cuenta Said en otro de los innumerables artículos que escribió antes de su muerte en 2003, Israel y EEUU impusieron que las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad sobre la devolución de territorios ocupados en 1967 debían retirarse de las negociaciones. A cambio, expresaron que la «voluntad generosa» de los israelíes era ceder a los palestinos parte de Jerusalén Oriental además de entre el 90 y el 94% de Cisjordania, aunque sin especificar de qué zonas hablaban. Con el tiempo se ha sabido que el 50% correspondía a cantones separados e incomunicados, que el 10% eran aldeas que en la práctica iban a seguir vinculadas a Israel y que el 30% restante se lo guardaban para unas futuras conversaciones que comenzarían en función de la evolución de los acontecimientos.
Inadmisible para los palestinos, que terminaron por levantarse de la mesa, por lo que fueron acusados de rechazar la paz y de alentar una violencia amenazadora como era el lanzamiento de piedras que los jóvenes realizaban al paso de vehículos blindados por los territorios ocupados. «Nunca tuvieron la intención de volver a las fronteras de 1967 o de devolver Jerusalén Oriental. Su propósito no era desmantelar o evitar nuevos asentamientos de colonos, sino mantener el control del valle del Jordán y rodear las zonas palestinas para que no tenga fronteras con nadie excepto con ellos», revela Said.
Un ejemplo es Masafer Yatta, una aldea cerca de Hebrón cuyo nombre rompió el cerco de ignorancia sobre la realidad que impone la maquinaria sionista a nivel internacional al convertirse en el escenario del oscarizado documental “No other land” que trata las brutalidades que comete Israel en toda la región. Masafer Yatta fue declarada «zona de entrenamiento militar» por los israelíes en plenas negociaciones de Oslo y «limpiada» en masa o a cuentagotas de habitantes autóctonos. Pero hay muchas más. Sam Salim, palestino exiliado en Madrid desde hace más de un año, vivía cerca de Ramallah sitiado por el muro. Era campesino y recogía aceitunas en un olivar separado apenas dos kilómetros de su casa. «Ahora hay que dar una vuelta de 50 kilómetros. Los soldados nos recuerdan a diario la situación en la nos encontramos y los colonos nos disparan y talan los árboles por puro divertimento», relata.
JUDAIZACIÓN ACELERADA
Arrasada Gaza y desfigurada Cisjordania, la geografía de Jerusalén también ha cambiado por completo. Desde la anexión de la zona oriental por Israel, la ciudad vive inmersa en un proceso de judaización acelerado. Han construido grandes edificios, nuevas carreteras, líneas de tranvía como el de CAF para unir nuevas colonias. Todo esto ha terminado por convertirla en una urbe virtualmente inhabitable para los árabes. «Vivimos la versión nacional e institucionalizada del sionismo pre 1948. Como dijo el expresidente de Israel Reuven Rivlin, que era del mismo partido de Benjamin Netanyahu, estamos en un país enfermo de racismo y tenemos tiempo limitado para curarlo», recuerda el periodista Martin Gak.
Con todo, el aspecto más desmoralizador para la paz es la incompatibilidad manifiesta que muestran israelíes y palestinos. Mientras unos fueron expulsados en 1948 y recuerdan que esos territorios ocupados son parte de su patrimonio nacional, los otros responden que son suyos por mandato bíblico. La cruel violencia que hoy sufre Palestina anula cualquier posibilidad de iniciar un genuino proceso de entendimiento, Cada uno de los bandos piensa en separarse del otro, quizás en el olvido del otro, quizá también en su desaparición definitiva.