Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El género humano y el Sr. Slim

El Sr. Slim, número uno en el escalafón de los ricos de este mundo, ha dado con un remedio radical para superar el paro e introducir a los trabajadores en una vida de descanso, familia y cultura.

Esta es una obsesión que tienen siempre los explotadores. Pero antes de discurrir en torno al prodigio diseñado por el gran neoliberal, repasemos algunos textos marxianos en los que se pronostica la debacle social presente, de la que son protagonistas inevitables tanto el Sr. Slim como millares de sus congéneres.

«Las condiciones de la sociedad burguesa resultan demasiado estrechas para contener la riqueza que ellas mismas crean. Y, ¿cómo vence la burguesía esta crisis? De una parte, con la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, con la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. Es decir, preparando crisis más extensas y destructivas y destruyendo los medios de prevenirlas».

Claro, transparente. Pero, ¿qué pasa con los trabajadores llegados a tal punto? «Estos obreros, obligados a venderse al por menor, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio y están sometidos, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado». ¿Y qué concluye Marx ante tal drama de los trabajadores? «El proletariado -nota propia: hoy es innegable una nueva y dura proletarización- no puede enderezarse sin destruir toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial».

Con un paisaje tal ante sus ojos, el Sr. Slim, que es hombre de agudas percepciones, como explicitan su riqueza y sus acertadas maniobras, intenta taponar la violenta erupción social que parece próxima y propone una medida revolucionaria para asegurar los cimientos de la economía y de su correspondiente sociedad neoliberal; cimientos socavados por el paro, la cancerización familiar, la regresión agudizada a la más abyecta miseria, el desalojo creciente de las masas en las instituciones, la desaparición de las naciones a favor de los Estados embrutecidos... Esta medida: reducir la semana laboral a tres días mediante jornadas de once horas. Con ello, afirma Slim, el trabajador, convertido en un ciudadano de lujo, gozaría de un largo descanso que podría dedicar a la familia, a su instrucción y al correspondiente ocio.

Veamos ahora las consecuencias de esta iniciativa, que a nuestro entender supone un atentado homicida a la vida en todos sus sentidos. Vamos a desgranar los interrogantes del caso.

Primer elemento gravísimamente afectado: la salud. ¿Ha consultado el Sr. Slim lo que supone un uso ininterrumpido del esfuerzo y la atención durante once horas? Un ser sujeto a esa jornada sufriría un estrés orgánico y psíquico que acabaría por acortar su existencia no sin antes producir en el trabajador una profunda degradación de su estructura como persona. El trabajador devendría una máquina en la que obviamente todo el aparato moral desaparecería para convertir la acción externa ajena al trabajo en algo aleatorio y, por tanto, civilmente imprevisible. Estoy plenamente seguro de que un trabajador sometido a tal régimen laboral acabaría ajeno a toda racionalidad y carente de cualquier sentimiento de afecto y cercanía. Una sociedad poblada por individuos explotados de tal forma exigiría unos dispositivos de control y seguridad mucho más extremos que los previstos por Orwell. Pero, ¿preocupan al Sr. Slim todos estos daños, cuando él ya vive en un limbo ajeno a todo dolor de tejas abajo? Supongo que habrá encargado a sus especialistas los oportunos cálculos matemáticos de beneficios con la aplicación de esas jornadas de trabajo; pero no es malo tener en cuenta que las matemáticas pueden ser, según su empleo, la metafísica de la vida real. Y ha de tenerse un exquisito cuidado con la metafísica.

Segunda consideración acerca de esta mecánica productora, a nuestro parecer, de un universo de zombis. No puede descartarse que una jornada de once horas diarias durante tres días no diese paso a una segunda jornada del mismo carácter aunque obviamente con trabajadores distintos, con lo que un supuesto pleno empleo como resultado imaginario produciría una superproducción de mercancías incapaz de ser consumida por una sociedad normal, aunque los salarios experimentaran una cierta mejoría bruta aunque no de carácter horario. En caso de producirse esta superproducción continuada de mercancías, parece inevitable que demandase una superinversión de capital, lo que podría reducir el reparto de beneficios. ¿Esta dinámica no expulsaría del sistema capitalista a muchos pequeños inversores, cosa que ya está sucediendo? Claro que quizá este hecho acelerase la concentración de la riqueza cada vez en menos manos, por ejemplo en las de la cúpula a que pertenece el Sr. Slim. Pregunta secundaria: ¿la concentración creciente del capital en unas áreas geográficas muy concretas no está ya acelerando el empobrecimiento de muchos países, reducidos a un imposible papel de puros consumidores?

Tercera consideración sobre la iniciativa del magnate mejicano. La quiebra de la armonía social. La reducción de las horas de trabajo debe tener una base humana y, por tanto, solo conllevará una mejora de la vida social siempre que esta reducción se aborde sin trocear la sociedad entre trabajadores agotados y ciudadanos que puedan quedar al margen de la acción laboral, ya que las empresas restringirían probablemente un riesgo de stocks no financiables. El equilibrio social no puede confiarse a un proyecto que funcionaría como un laser, con toda su energía concentrada sobre unos escasos puntos.

Pero, ¿qué es lo que realmente ha impulsado al Sr. Slim a sugerir tan disparatada invención? Yo creo que es una finta para dilatar un modelo económico ya insostenible. El neoliberalismo ha roto un discreto equilibrio vital que había establecido la burguesía liberal para distribuir la producción industrial y el consumo entre las clases y los países poderosos y aquellos que no podían ocupar un primer plano. Las mejoras que se ofrecían desde la tribuna colonialista tenían este carácter redistribuidor que alentaba un consumo creciente en el marco de una pirámide escalonada que disimulaba la baja calidad de vida en la base. Pues bien, los Estados todavía poderosos, aunque con un poder ya muy hueco, pretenden que esta mecánica colonialista funcione en su propio ámbito a fin de salvar a una clase dominante que empieza a flotar inorgánicamente en una colectividad rota. Pero el fracaso de este invento del Sr. Slim consistiría en que no puede falsearse una clase media con trabajadores que ganarían algo más merced a las horas de un trabajo degradante. La clase media es más que una pura y problemática capacidad de consumo.

Mas dejando aparte especulaciones puramente económicas, lo que no deja de sorprender es que estas ideas puedan airearse en un mundo hambriento y desesperado. Ante todo suponen una pérdida de pudor que no sé si solo es fruto de una situación fascista en el terreno de la moral o bien responde esa pérdida de pudor a un miedo que quiere amortizarse haciendo ofertas tan urgentes como descabelladas. Los detentadores del capital han llegado a un punto vertiginoso de expansión que ya no cabe en los auténticos vectores de la realidad. Marx se refería a ello al escribir: «El verdadero límite, la barrera de la producción capitalista es el mismo capital. El hecho de que el capital y su expansión constituyan, tanto en el punto de partida como en la meta, el objetivo único de la producción; que la producción sea solo producción para el capital y no al revés, es decir, que los medios de producción (sirvan) como medios para una expansión continua del proceso vital en beneficio de la sociedad de los productores».

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