Dinámicas endógenas para revertir una decadencia corrupta y contagiosa

Esta semana ha condensado como pocas el grado de perversión corrupta y de decadencia estratégica que viven los estados español y francés. En Madrid se ha destapado una vez más la relación directa entre la corrupción institucionalizada, el Partido Popular y el tejido empresarial español. A estas alturas lo increíble no es la corrupción del PP, sino que esta no provoque más reacción en el sistema político que una serie de lamentos y aspavientos, ninguna decisión ni propuesta. En París, la última semana de campaña electoral ha expuesto todas las debilidades de la V República, desde las de valores hasta las económicas. Un país en estado de excepción que va camino de convertirse en una nueva normalidad, con la mayor parte de sus candidatos presidenciales envueltos en corruptelas entre obscenas y ridículas –pero muy significativas–, anclados a la nostalgia de un mundo que ya no es, que nunca va a volver a ser. Hoy el establishment europeo estará pendiente de una serie de carambolas para sostener una inercia que solo garantiza poder mantener durante un poco más de tiempo la farsa.

Partido Popular, ¿dónde está el límite?

¿Qué tendría que suceder para que el resto de fuerzas políticas del Estado español considerasen que el PP no tiene legitimidad para gobernar? ¿Por qué causa se pararía una negociación con ese partido? ¿Cuál debería ser el escándalo que estableciese definitivamente un cordón sanitario en torno a un partido tan corrupto, tan autoritario, tan negacionista y tan tramposo?

Evidentemente, sus impresionantes resultados electoral en una coyuntura objetivamente tan desfavorable para ellos obligan a medir las consecuencias de este tipo de posiciones. Si no se acierta a formular un mandato alternativo se puede reforzar la hegemonía retrógrada. Pero si no se hace ocurrirá lo mismo. Porque no hay un PP malo de la corrupción y otro bueno de los presupuestos, uno totalitario de las mayorías absolutas y otro dadivoso de las minorías parlamentarias, uno inerte de Mariano Rajoy y otro belicoso de Esperanza Aguirre. Si no son los recortes, la mala gestión, el desfalco, el desprecio por los derechos de las personas, el machismo, su odio a la memoria histórica, el clasismo, la xenofobia, el doping electoral, la falta de cultura democrática… ¿qué puede forzar un cambio político?

Solo desde las naciones sin estado se puede articular ese cambio y solo se puede realizar en clave de soberanía. Porque es aquí donde existen hegemonías sociales alternativas, con una cultura política democrática y de la socialdemocracia a la izquierda. Concertar con el PP es, además de irreal, dar la espalda a las mayorías sociales de Catalunya y Euskal Herria. En Catalunya esa mayoría es en parte reacción al PP. En el caso vasco, el PNV ha demostrado que es capaz de adaptarse a ese carril central, pero tiene más problemas para cambiarlo. Por eso le pesa tanto la negociación que sostiene con el PP.

Curling político con diana desenfocada

Resulta imposible prever qué candidatos al Elíseo pasarán la criba de hoy. Las campañas electorales actuales, con escándalos que pueden caducar en minutos o revivir a las semanas, con remontadas sorpresivas de candidatos desahuciados, se asemejan al juego del curling. Si no se acierta en el impulso y se cepilla el hielo demasiado, la piedra puede sobrepasar su objetivo y dejar el camino libre al contrincante. Intentar sacar de la pista a otro puede abrirle el paso a un tercero. Y no hay nadie que en estos momentos levante la piedra de la socialdemocracia europea, descalificada de antemano por sus errores y la mediocridad de sus líderes.

Puede haber sorpresas en el resultado de hoy, visto lo visto en Londres y Washington incluso en la segunda vuelta, pero la tendencia decadente del Estado francés no parece tener freno. La arrogancia jacobina se muestra incapaz de afrontar retos de las dimensiones del fin del modelo asistencial, la desigualdad rampante, la pluralidad sociocultural, la perdida de peso geopolítico…

Por contraste, llama la atención la vitalidad que caracteriza el momento político en Ipar Euskal Herria. El compromiso compartido con la resolución de las consecuencias del conflicto vasco –con el desarme y el acto de Baiona como punto de inflexión–, y la implementación de la Mancomunidad, han logrado romper una inercia empobrecedora gracias a alianzas y liderazgos compartidos. Muchos de sus protagonistas son representantes de esa República –con todas sus taras, fobias y filias, y en algunos casos con posiciones ideológicas muy conservadoras–, pero han demostrado instinto político y carácter. La fuerza del momento está en su naturaleza endógena, no subordinada a las dinámicas estatales. Esa es, quizás, su mayor lección para el conjunto del país.

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