Un país para celebrar y una jornada para repensar

El Aberri Eguna se celebró ayer en cinco lugares diferentes. Gernika, Uztaritze, Bilbo –por partida doble– y Durango dieron fe de las ganas que este pueblo tiene de celebrarse a sí mismo, pero dieron cuenta también de las divergencias a la hora de celebrar este día que se presupone grande. Esta división no es mala en sí misma, pues hay muchas formas de entender y vivir una patria, por lo que aspirar a una única y uniformadora celebración también tiene su vertiente obscena y peligrosa en una situación normal. Pero para aquellos que coincidan en que la situación de este pueblo no es para nada ordinaria, pues ve negado su derecho a decidir libremente su futuro, supone un punto de frustración observar que inercias antediluvianas siguen imposibilitando un trabajo en común en una jornada que sume a todos aquellos que definen Euskal Herria como sujeto político.

Sobre todo después de ver en las últimas semanas algunos pasos de gigante de la mano del desarme. A nivel social, la foto de Baiona es para enmarcar; a nivel de partidos, solo PP, UPN y el FN de Le Pen han quedado fuera de la imagen de unidad; y a nivel institucional, los máximos representantes de las tres instituciones vascas se reunieron por primera vez en una mesa. Fue una foto histórica, por mucho que intereses mezquinos llevasen a intentar devaluarla a posteriori.

En las tres imágenes mencionadas –social, partidista e institucional–, es la primera la que hace de catalizador; la primera pieza de dominó en moverse y poner en marcha al resto. Conviene recordarlo, sobre todo tras escuchar a algunas figuras públicas de este país dando por imposible esa unidad de acción –en política, decir que no se puede es también una forma fina de decir que no se quiere–. Quizá no era este todavía el año de innovar, pero se impone una reflexión que no puede estar más que guiada por la convicción de que la activación e implicación de la sociedad civil es la llave que abre los demás candados.

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