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TEATRO MUSICAL

De visita en la sastrería mágica


LLa función ya estaba en marcha mientras niños y padres entraban en el Victoria Eugenia y se iban acomodando. Sobre el escenario, una decena de personas trabajan silenciosamente en la sastrería del teatro, que está vez se ha sacado de su ubicación habitual en el sótano. Unos cosen, otros planchan o doblan la ropa, un par de chicas revisan patrones, se extienden y cortan telas. A las siete en punto entra la jefa del taller y comienza a dar una farragosa explicación sobre el trabajo de los sastres, hasta que una de sus ayudantes la interrumpe y le propone hacerlo de forma mucho más divertida, mediante un cuento. El relato escogido, cómo no, "El sastrecillo valiente", que hunde sus raíces en la más remota cultura popular europea pero que conocemos sobre todo por la versión de los hermanos Grimm.

A partir de ese momento Enrique Lanz, miembro de una familia de largo abolengo titiritero –es nieto de Hermenegildo Lanz, que trabajó con Falla y Lorca–, despliega toda suerte de escenas y personajes construidos exclusivamente con elementos de sastrería. El sastrecillo es una tela anudada en torno a un ovillo de lana y una percha; el terrible jabalí una enorme plancha que lanza vapor por su orificios 'nasales'; los gigantes, dos tambores de bordar; y el unicornio, un montaje de tijeras, agujas y cartones de patronaje que proyectan sombras chinescas sobre el fondo del escenario. Con recursos sencillos, pero mucha imaginación, Lanz se ha sacado de la manga un espectáculo ameno y sorprendente, que gustó casi más a los mayores que a los niños, que siguieron la historia con atención pero sin las carcajadas que suelen ser de rigor en casi toda función infantil. Mientras disfrutábamos de las peripecias del sastrecillo, pudimos descubrir una partitura más que atractiva, la música incidental que el húngaro Tibor Harsányi escribió para el cuento, aunque en una interpretación lamentablemente insípida y mediocre. Se debería ser igual de exigente con la implicación de los músicos cuando tocan para niños que cuando lo hacen para adultos, y la falta de entusiasmo que emanaba desde el foso en esta ocasión fue casi ofensiva. Sobre las tablas, afortunadamente, sí se hizo la magia.