GARA Euskal Herriko egunkaria
Euskara

Compromiso semanal por la difusión euskaldun


Siete de la tarde de cualquier viernes del año. Las propietarias de la cafetería Txirrinta, en Berriozar, ya tienen preparada y reservada la mesa para unos clientes muy especiales, que nunca fallan, aunque la climatología no anime precisamente a salir de casa. Como ellos, en otras 80 localidades de Euskal Herria, más de 6.000 ciudadanos se afanan, con sacrificio de su tiempo libre, para que el euskara sea un vehículo lingüístico normalizado en la relación cotidiana del día a día.

‘‘Mintzakide’’ o ‘‘Mintzalaguna’’, la denominación es diferente en función de los herrialdes, es el programa que aglutina a estos euskaltzales, algunos en proceso de formación y otros recuperando la práctica de una lengua que aprendieron con anterioridad. Hace 21 años surgió como iniciativa de la sociedad donostiarra Bagera, cuyos responsables fueron conscientes de la necesidad de que los euskaldunberris no solo empleasen el euskara en el euskaltegi, sino que trascendiese a las calles.

Desde entonces, la progresión de la iniciativa ha sido imparable «y no tiene techo», como considera Pablo Kormenzana, coordinador y dinamizador del proyecto en Nafarroa, donde lleva once años implantado. «Tiene mucho margen de mejora y expansión, pero ese futuro está ligado a buscar nuevas fuentes de financiación», aclara. Hasta el momento se ha sostenido por la aportación económica de un buen número de ayuntamientos, junto a cuotas individuales, dependiendo del herrialde; hablamos de cifras simbólicas que, además, «se recuperan con entradas para actividades culturales o descuentos en locales comerciales», indica Kormenzana.

Dinámica sencilla y exitosa

La dinámica de este programa es bien sencilla y su éxito radica precisamente «en que ha ido evolucionando en función de lo que solicitan sus participantes». Los grupos se articulan en torno a un número no muy elevado de integrantes –no suelen superar la decena– para favorecer la participación y evitar el miedo escénico a usar el euskara. A partir de ahí, los temas sobre los que disertar o el ámbito en el que utilizar dicha lengua son de lo más variopintos. Mientras se saborea un café o una cerveza, la actualidad informativa, política o cultural son algunas de las cuestiones sobre las que conversar y debatir, guiados por la figura del bidelaguna, euskaldun que ofrece herramientas comunicativas o corrige errores habituales. En otros casos, las aficiones comunes, léase montañis- mo u otro hobby, por poner un ejemplo, sirven de hilo conductor para emplear el euskara como medio. ‘‘Gurasolagunak’’ o ‘‘Parkelagunak’’ son los últimos programas que se han puesto en marcha.

El nivel de satisfacción y aprendizaje de quienes toman parte en la iniciativa justifica su impulso. El berriozartarra Pol de Miguel lleva ya varios años concurriendo a uno de estos grupos, «lo que me ha servido para superar mis miedos y ahora no me cueste hablar. No es una clase, es algo mucho más distendido y que recomiendo sin ninguna duda, porque es una expe- riencia positiva con la que sin duda avanzas».

Carmen Fernández de Juana se inició hace tres años en un grupo compuesto por vecinos del barrio gasteiztarra de Lakua. «Trabajo en la Administración y había adquirido un perfil lingüístico teórico de cierto nivel, pero en mi entorno más cercano no hay euskaldunes, por lo que llevarlo a la práctica me resultaba bastante complicado», justifica. Con el paso del tiempo, sus compañeros se han ido convirtiendo en algo más que interlocutores lingüísticos semanales, pues es muy corriente que se creen lazos de amistad. «Al final, también tratas sobre temas más personales y el vínculo ha llegado a ser tal, que mantenemos el grupo durante el verano y nos comunicamos a través de las redes sociales», confirma.

Un ejemplo de solidaridad

Claro que uno de los objetivos de esta iniciativa no es solo la buena armonía entre los integrantes del grupo, sino buscar la interrelación entre estos últimos para ampliar el espectro de euskoparlantes. Con ese reto se organizan actividades complementarias –culturales, sociales, gastronómicas o deportivas– porque, en definitiva, en este proyecto «todo el mundo aporta y recibe», señala Rosa Ramos, técnica de euskara del Ayuntamiento de Berriozar, uno de los colaboradores.