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Los decoradores-arquitectos de interior no son «eso»


D. Antonio Alvarez-Solís, bajo el epígrafe “Gaurkoa”, y con el título “Rivera, el decorador”, dibujaba, en el número de GARA del pasado 25 de agosto, unos paralelismos que no dudamos le venían como anillo al dedo para trasladar a sus lectores su visión sobre casi todos los políticos españoles, y, más en concreto, sobre la actuación del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, para lo que dejaba caer, de pasada y probablemente sin pretenderlo, una imagen bastante denigrante y degradante de los que ejercemos, con toda honestidad, una profesión que no se merece tal paralelismo. Una profesión que ya sufre, en ocasiones, una percepción distorsionada y deformante, y respecto a la que referencias como las que hace en su artículo el, por otra parte, respetado y leído Sr. Alvarez–Solís, coadyuvan a un cierto despiste bastante general respecto a su contenido y utilidad, por no hablar del amplio número de oportunistas que ofrecen sus servicios atribuyéndose títulos que no poseen.

Veamos. Si no interpretamos mal lo que decía D. Antonio, los decoradores arquitectos de interiores no tocan nada fundamental en los edificios y se limitan a tratar de deslumbrar a sus clientes. No refuerzan los cimientos, no comprueban las canalizaciones, no valoran los colores del entorno para acompasar las emociones del usuario, no reflexionan acerca del paisaje ni calculan la confortabilidad íntima de las casas para quienes tienen que habitarlas. La calidez del entorno y la paz espiritual y material son para ellos residuos despreciables.

¡Hombre, D. Antonio! Queda claro que no le gusta lo que hace Albert Rivera, pero, puestos a utilizar un símil, podría Vd. haber repartido estopa entre otras profesiones en las que habrá, sin duda, ejercientes que desempeñen mal su oficio y se dediquen a lanzar cortinas de humo para engatusar a sus clientes. Es cierto que no reforzamos los cimientos, pero los tenemos en consideración; por supuesto que comprobamos las canalizaciones, a las que nos tenemos que enlazar. ¿Cómo no vamos a valorar los colores del entorno doméstico? ¡Por favor! ¿Y qué decir del paisaje y la confortabilidad íntima de las casas? Preocupación intrínseca del interiorismo. Perdónenos D. Antonio, pensar de esta profesión y sus profesionales, que consideren un residuo despreciable la calidez del entorno y la paz espiritual y material en sus intervenciones, es simple y llanamente una barbaridad.

La próxima vez que quiera ponernos como ejemplo, diga, por favor, que nuestra misión consiste en estudiar, proyectar y dirigir adaptaciones de espacios habitables para que se ajusten a los deseos y necesidades de sus usuarios y del público en general, que nos preocupa, y mucho, el entorno, la utilidad social y la sostenibilidad medioambiental de nuestros trabajos, y que generalmente dejamos satisfechos a quienes nos contratan.

¡Ah! y que la deriva de casi todos los políticos españoles que dibuja el artículo, y lo que negocie o deje de negociar Ciudadanos, no tiene nada que ver con nuestra digna profesión, que, parafraseando a Frank Lloyd Wright, se guía por el principio de que «la realidad de los edificios no son las paredes y el techo, sino el espacio interior en el que se vive. El espacio interior es la realidad del edificio». Ejercemos una actividad profesional que requiere una titulación superior, que aporta su grano de arena al bienestar general de la sociedad, y tenemos como objetivo que nuestros conocimientos e ideas conviertan en realizables los sueños de quienes solicitan nuestros servicios. Nuestros Colegios Oficiales, que tratan de dar a conocer, fortalecer y dignificar nuestra actividad, podrían proporcionarle probablemente un panorama más cercano a la realidad del que sugiere el artículo.

Estamos a disposición del Sr. Alvarez-Solís, si lo desea, o de cualquier otra persona que lo precise, para ampliar su información sobre lo que verdaderamente hacemos, y sobre los problemas que nos originan visiones tan tópicas y superficiales como la de la metáfora que utiliza en el artículo comentado.