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TEMPLOS CINÉFILOS

Oso de Oro con alma


Primero apareció Dieter Kosslick. Mandaba el protocolo. El director de la Berlinale, fiel al espíritu de su propio certamen, no desaprovechó la ocasión para hacer su clásico discurso reivindicativo. En la gala de clausura de la 67ª edición del Festival de Cine de Berlín hubo puñales para Donald Trump, para Recep Tayyip Erdogan y para todas las demás fuerzas del mal que pretenden llevarnos de nuevo a los “tiempos oscuros”. Pero también hubo tiempo para infundirnos un poco de amor y esperanza, que nunca están de más.

«Durante estos últimos diez días, hemos intentado mostrar, a través de nuestra selección de películas, el estado actual del mundo», dijo Kosslick. «Lo hemos hecho centrándonos en la poesía que emana de cada uno de sus rincones». Y así culminó esta Berlinale, como no podía ser de ninguna otra manera: entre el temor por lo que está por venir y ese calor humano que solo puede surgir de las mejores expresiones artísticas. Al final, todo el mundo contento.

Y es que una vez más, el festival se las ingenió para tapar sus carencias en la programación con la confección de un Palmarés que difícilmente podría haber lucido más. Casi perfecto: Absolutamente todas las películas que lo merecían, terminaron recogiendo sendos galardones... y eso que algunos con poca fe, nos temíamos lo peor.

Subió al escenario del Berlinale Palast el presidente del jurado, Paul Verhoeven, mostrando una sonrisa pícara que recordaba peligrosamente a la de George Miller en Cannes. Vino a la memoria aquel peor palmarés de la historia y el nerviosismo nos llevó a barajar nombres tan gore como Sally Potter o Andres Veiel. Pues no, ni ella ni él, ni ningún otro intruso. Se acertó, de lleno, en casi cada categoría.

El Oso de Oro a la Mejor Película fue para la húngara “On Body Soul”, magnífica recuperación para la gran pantalla de la no menos magnífica cineasta Ildikó Enyedi. Una película excelentemente realizada y escrita con suma inteligencia y sensibilidad. Un atípico e hipermagnético acercamiento a ese sentimiento que, en el momento más oscuro, debe enseñarnos la luz. Muy a menudo se acusa a la Berlinale de ser un festival depresivo, pero este año al menos cerró con un portentoso estallido de amor. Y con mucha alma, claro. Siguieron los aciertos con el premio a la Mejor Dirección para el maestro Aki Käurismaki, quien fiel a su propio estilo, nos dio uno de los mejores momentos del año, el cual nos dejó también con una porra deliciosa: ¿a cambio de cuántas cervezas va a cambiar el Oso de Plata recién conquistado?

Seguimos con las celebraciones, pues el cuadro de grandes nombres lo cerraron Hong Sangsoo (premio a la Mejor Actriz para la magnífica Kim Minhee, su nueva musa) y Sebastián Lelio (Mejor Guion, junto a Gonzalo Maza, por “Una mujer fantástica”). A la puerta de este club de privilegiados llamó, por cierto, el franco-senegalés Alain Gomis, inesperado pero igualmente merecido Gran Premio del Jurado por “Félicité”. Todo a pedir de boca. Bravo por Verhoeven, por la Berlinale y por el cuerpo, alma y amor que les han juntado.