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El significado


Desde que los estructuralistas fundamentaron unas coordenadas con las que hacer un análisis objetivo del contenido ideológico de cualquier manifestación creativa del ser humano, uno anda perdido en el proceloso mar de los significantes y los contenidos en la música. Digo con énfasis música en su más pura abstracción matemática y sublime. No hablo de canciones que forjan una generación, ni himnos ni lírica religiosa o militar. Escucho unas piezas del compositor austro-húngaro Franz Liszt tocadas al piano por Claudio Abbado en La Escala de Milán y me cuesta darle entidad ideológica a esas melodías, esas sensaciones, esos viaje hacía estancias completas y privadas de mi sensibilidad, mi concepción del mundo y de la belleza.

Mi duda eterna es si es la música, el músico, las corcheas, el marco incomparable, la extraordinaria realización televisiva lo que me inducen a pensar en la felicidad, en colocarme de súbito en una situación extracorporal de mí mismo, o sucede que estoy propenso a llegar hasta esos lugares por disciplina, mímesis, estado sentimental o gestualidad social.

Quizás no quiera resolver la duda. No puedo decidir hoy sobre algo tan eterno, tan codificado pero a la vez tan desobediente con lo cartesiano. Todo tiene su significado, todo es significante en su orden interno, pero no todo es global, no todo cuaja en ideas o credos, sino que se escapa a lo tangible, se convierte en aderezo imprescindible de una vida más allá de lo funcional. Llámale arte. Llámale estado de excelencia y comunión. O música.