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CRÍTICA «Normandia al desnudo»

La vaca que ríe


Los críticos tenemos la pésima costumbre de complicarnos la existencia ante las películas que nos desarman con su sencillez y falta de pretensiones, seguramente porque su contenido se puede resumir en un par de frases y no necesitan de comentarios extensos que justifiquen más de una columna. Por eso voy a intentar ser honesto y definir a “Normandia al desnundo” simplemente como una grata comedia costumbrista de ambiente rural y trasfondo social, que diversifica a través de una serie de subtramas argumentales el eterno debate entre lo viejo y lo nuevo. Buscarle más misterios sería tanto como querer engañar al lector y posible espectador, así que es mejor advertir por adelantado de que es una película apta para audiencias que prefieran contemplar los problemas de la vida diaria con ilusión, optimismo y sentido del humor.

Fue mi querido Étienne Chatiliez quien con el oportuno título de “La alegría está en el campo” (1994) acertó a definir el subgénero de comedia rústica que tanto gusta en el mercado francófono, y que allí nunca dejan de practicar con renovado entusiasmo. Philippe Le Guay, del mismo modo que acertó a retratar una ambiente vecinal en “Las chicas de la 6ª planta” (2010), describe con cariño a los hombres y mujeres del pueblecito de Mêle-sur-Sarthe, en la Baja Normandia. Tanto que a menudo se pierde en pequeñas anécdotas sentimentales y se olvida de la foto colectiva, que es la que debería importar en función de la metáfora central del argumento.

La escasa población de la localidad se dedica a la ganadería, por lo que sufren en sus propias carnes la política de la Unión Europea que no ha hecho sino empeorar la crisis agraria. El alcalde (François Cluzet) harto de recurrir a los cortes de carretera como protesta, halla en la llegada de un fotógrafo extranjero (Toby Jones), que es un trasunto de Spencer Tunick y sus desnudos en masa, un buen reclamo.