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IKUSMIRA

Confesiones de una #belarrimotz


Santuario de Arantzazu, hace una semana. Día de los de disfrutar, con nieve y sol. Mucha gente arriba, en Urbia, siguiendo los caminos transitados por los pastores durante siglos o «cazando» con los móviles a las manadas de caballos que pastan en las capas. Abajo, las típicas comidas familiares. Tal vez por las endorfinas liberadas o por efecto del caldo y el chorizo que nos hemos metido entre pecho y espalda en la borda –no hay quien haga dieta–, me da un punto como místico: me regodeo en los apóstoles apócrifos de Oteiza y me planteo bajar a la cripta de Basterretxea, mientras recuerdo que hace cincuenta años Euskaltzaindia puso aquí los cimientos del batua. De pronto me siento como Mo y no es que el castellano me suene a «karral, karral», como a la vaca del libro (“Behi euskaldun baten memoriak”, Bernardo Atxaga), pero el runrún endomingado del aperitivo suena a conversaciones entre adultos exclusivamente en castellano; con los críos, algo, poco, en euskara. Los críos entre sí, imitan a los adultos: «Karral, karral».

Donostia, ayer, en la pescadería. Muy profesional la pescatera, pero al cliente que pide en euskara, impertérrita, le responde en castellano. Ni un «bai» se le escapa, terca de ella. Él, erre que erre, sigue en euskara. Cuando me toca, inconscientemente, me paso al castellano, ¿pero qué carajo ando? Minutos después veo el Kursaal iluminado con la grafía de Euskaraldia y me pregunto en qué andamos si tanto nos cuesta cambiar el chip incluso por once días. De acuerdo, esto se ha acabado. Que me apunten de #ahobero o #belarriprestmotz.