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Borges enamorado


El modelo del ciego bibliotecario asesino Jorge de Burgos que ideó Umberto Eco como malvado de “El nombre de la rosa” no fue otro que Jorge Luis Borges. A él le encantó, le hizo mucha gracia la pequeña maldad de Eco; él sí que había sido un gran hacedor de maldades y maledicencias con las que zahería sin miramientos a todo el que no comulgaba con sus fés. Pero ya no lo era. En sus últimos años el amor lo había rehabilitado; a los 82, y hasta su muerte a los 86, vivió el primer amor correspondido de su vida. Se volvió un adolescente enamorado, un platónico recalcitrante que de repente se abre al goce del mundo físico. «Muchas cosas he leído, pocas he vivido», reconoció. Viajaron por todo el mundo, hasta en globo sobrevolaron el desierto americano; y, entre el orgullo y la melancolía, descubrió que de cada lugar tenía en su cabeza una cita, un libro. «Que otros se jacten de los libros que han escrito, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer». Sin duda fue el ciego Borges un agradecido lector. «Es más difícil hallar un buen lector que un buen escritor». En sus últimos meses quiso aprender árabe: se emocionaba cuando el profesor le escribía en la palma de la mano las asombrosas letras del alfabeto. Antes, incluso se había reconciliado con Sábato y con Cortazar. Contó mil veces que se imaginaba el paraíso como una biblioteca, «ese lugar en el que están encantados muchos de los mejores espíritus de la humanidad, que nos esperan para salir de su mudez».