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TOY STORY 4

Otra moraleja magistral de la Pixar: El tríptico que se convirtió en tetralogía


A lo largo de las últimas semanas, he dedicado mucho espacio en estas páginas a cantar las bondades de las producciones de animación que han logrado florecer, a lo largo de los últimos años, en la sombra de la «tiranía» ejercida por el duopolio imbatible compuesto por Disney y Pixar.

He intentado hablar todo lo posible de esas esperanzadoras excepciones... que al fin y al cabo, lo admito, no hacen sino confirmar el estupendo modelo pregonado por la factoría del flexo saltarín.

Casi un cuarto de siglo ha pasado desde que John Lasseter cambiara por siempre jamás el panorama del cine de animación. En 1995 llegó a las salas de todo el mundo “Toy Story”, una película cuyas imágenes estaban enteramente renderizadas por ordenador... y que aun así, desprendía la fragancia de los grandes clásicos. Y efectivamente, el tiempo le dio la razón.

Veinticuatro años después, nos congregamos de nuevo en una sala de cine (algo que siempre tendría que ser motivo de celebración) para ver la cuarta entrega de la que, a estas alturas (ya no puede haber dudas al respecto), es la mejor saga de Pixar. Y esto ya es decir mucho. La última vez que Woody y Buzz nos llamaron a filas fue en 2010, y pareció que con aquel redondísimo tercer capítulo, ya estaba todo dicho... pero no.

Aquel tríptico, perfecto tanto como conjunto, como en el análisis atómico, decidió mutar en tetralogía, y durante un momento, contuvimos la respiración... porque temimos que aquella deslumbrante saga fuera a perder brillo en esta nueva incursión. Pero fue porque aún no sabíamos lo que tenía preparado el equipo de la Pixar: otra deslumbrante cinta de aventuras; otra embriagadora muestra de ese sentido de la improvisación marca de la casa... otra memorable moraleja en este cuento inacabable.