AUG. 31 2019 MOSTRA DE VENECIA Juicios de ayer y de hoy Victor ESQUIROL Venecia, día tres de la 76ª Mostra cinematográfica. En este punto estamos, pero antes de empezar el análisis de esta jornada es preciso rebobinar la cinta y volver al momento previo a que todo empezara a rodar. En la rueda de prensa de presentación del jurado, Lucrecia Martel, presidenta este año de dicho organismo, hizo estallar la primera bomba de esta edición. Preguntada por “El oficial y el espía”, película a Concurso dirigida por Roman Polanski, la cineasta argentina dejó claro que no acudiría a la cena de gala de dicho film, pues en su opinión, compartir mesa con el director polaco entraría en conflicto directo con su faceta de militante feminista. Porque al fin y al cabo, siguió, se niega a separar al artista de la obra de arte. Ahí, que se lo pregunten a Woody Allen, está el quid de la cuestión. Y ahí está, precisamente, el interés de la película de marras... y su incomodidad. Y es que esta trata sobre uno de los casos que, históricamente, más dividieron la opinión pública en el Estado francés. A finales del siglo XIX, el capitán Alfred Dreyfus fue acusado de pasar secretos militares a los alemanes. Una alta traición que, como tal, fue severamente castigada... pero que años después, destaparía un tremendo escándalo, concerniendo los tics anti-semitas de un régimen republicano que en realidad tenía mucho de totalitario. Polanski firma un solvente ejercicio de cine procedimental, en el que la narración de la investigación que articula la trama, cumple el objetivo primordial de no ser engullida por la densidad (y la gravedad) de los hechos tratados. Al contrario, las poco más de dos horas de metraje se siguen con la facilidad (y a ratos, pasión) con la que todavía a día de hoy se puede leer aquel legendario “J’accuse!” de Émile Zola, mítico artículo que pone título título original a la propuesta, y que por supuesto fue fundamental en el desenlace del «caso Dreyfus». El problema, y ahí volvemos a mirar a Lucrecia Martel, está en la maniobra de convertir la intriga histórica en un instrumento de auto-blanqueamiento. Polanski, no lo olvidemos, sigue siendo reclamado por la justicia estadounidense, a raíz del caso de abuso sexual a la, por aquel entonces, menor de edad Samantha Geimer. El hombre, de ascendencia judía, presenta una película sobre una flagrante injusticia jurídica, perpetrada esta a una persona juzgada por su condición, y no por sus actos. A partir de ahí, que cada cual juzgue como le parezca. Mucho más fáciles de analizar fueron los dos otros films del día. El primero, “Il sindaco del Rione Sanità”, fue una satisfactoria adaptación, a cargo de Mario Martone, de una célebre obra teatral de Eduardo De Filippo. Una híper-dialogada (densa, pero entretenida) navegación por las esferas del poder municipal en Nápoles; una retadora mirada a la faceta más paternalista de la mafia. El segundo, “Seberg”, fue un telefilm de bella factura técnica, pero de flagrante torpeza en el retrato de los años más turbulentos en la vida de la actriz Jean Seberg. Nada, de verdad: solo un aparato al servicio de Kristen Stewart, esa constante decepción actoral, se juzgue como se juzgue.